miércoles, julio 27, 2005


LA OSCARIZADA PELÍCULA DE AMENÁBAR

Mar adentro es una obra de categoría, que contiene un canto a la vida y también a la muerte


Alejandro Amenábar (32 años) es el cineasta de moda: acaba de ganar el Oscar de Hollywood por Mar adentro a la mejor película extranjera. Poco antes había barrido en los premios Goya y prácticamente desplazado a Pedro Almodóvar del estrellato de nuestro cine. Famoso por sus tres largometrajes anteriores (Tesis, 1995; Abre los ojos, 1997; Los otros, 2001), si algo destaca en la obra cinematográfica de este joven realizador español (nacido en Santiago de Chile, pero educado en Madrid) es la presencia constante, casi obsesiva, de la muerte. “La muerte es un tema recurrente en mis películas, pero si Los otros era una visión de la familia desde el lado oscuro, desde la muerte, Mar adentro es una visión desde la vida, desde lo cotidiano, lo natural, desde un lado muy luminoso”, manifestó.

Su cuarta película, la galardonada Mar adentro (2004), supone una vuelta de tuerca más en esa obsesión por controlar todos los aspectos de la realidad. La muerte es presentada aquí como parte de la vida, como algo sobre lo que se puede decidir y es elegida por Ramón Sampedro porque dice le hace más libre; cosa que –como escribe el filósofo Juan Pablo Serra– “es falsa, porque eso sólo le haría más autónomo, en su caso, para decidir que su vida no es digna, cuando en realidad la dignidad es algo que se posee y no que se decide. Pero es que la primera premisa –la muerte como parte de la vida– también es falsa, pues ya nos enseñó Wittgenstein en su Tractatus que la muerte no es un acontecimiento de la vida, nadie vive de la muerte”.

Sin embargo, Amenábar afirma que “Mar adentro es o pretende ser, ante todo, un viaje a la vida y a la muerte. Un viaje a Galicia, al mar y al mundo interior de Ramón Sampedro”. Lo que sí es verdad es que el tetrapléjico gallego ha sido encarnado de forma genial por Javier Bardem, con una gran carga emotiva y un rol lleno de simpatía desbordante; lo cual mitifica a una persona que, tras 28 años de enfermedad irreversible, buscó ayuda para acabar con su vida. No me corresponde a mí juzgar –tampoco lo hizo la judicatura española– la decisión tomada por Sampedro. Y tampoco dictaminar aquí todos los aspectos éticos de su acto, ni los que tienen que ver con una dimensión trascendente de la vida y de la muerte. No obstante, como dijo un médico especialista, “no se trataba de eutanasia, –si se entiende ésta en el sentido de precipitar el fin de la existencia para evitar sufrimientos–, sino de un suicidio asistido”, pues poco después del estreno aparecería la amiga que le acercó el cianuro. Aun así, hay que consignar la imagen atractiva que Amenábar ha querido dar a su protagonista; pues no aparece como una persona sufriente que decide morir, sino como un ser alegre, sereno, conquistador…, enfrentado a la Justicia de toga, antipática e intransigente, y a una Iglesia autoritaria, que caricaturiza con un discurso casi surrealista. Esta postura creadora no beneficia a su tesis.

Y tampoco el tono lacrimógeno con que concibe algunas escenas, llenas de emotividad y lirismo, que tienen un claro efecto en el ánimo del espectador. Un público que se siente arrastrado por las bellas imágenes de los escenarios naturales y la honda humanidad de los personajes, todos demasiado perfectos. En este sentido, el mismo Amenábar reconoce su manipulación artística: “Por motivos dramáticos, y para condensar en esas dos horas lo que fue la experiencia de Ramón, han aparecido personajes y han desaparecido otros. El personaje de Julia, por ejemplo, es un compendio de varias mujeres. Una de las cosas que más me sorprendió de Ramón es que se decía que tenía un harén de mujeres a su alrededor. Julia resume a las mujeres que se enamoraron de él cuando ya estaba tetrapléjico Por otro lado, el sobrino, Javi, tiene que ver con el sobrino real, pero le hemos incorporado experiencias de las sobrinas. Esos cambios permiten que la narración sea más fluida y más efectiva”.

Mar adentro, sin duda, posee gran perfección formal, además de una partitura envolvente –música escrita por el propio Amenábar–, con una canción de Luz Casal que pretende transmitir un mensaje de vida y optimismo. Estamos ante una obra de notable categoría estética, no exenta de efectismos, que contiene un canto a la vida y también a la muerte. Sobre este último aspecto, el director se pronunciaría así: “Yo creo que sí hay un posicionamiento en la película, pero hemos querido que estén reflejadas las dos opciones. Pero yo sí, yo estoy a favor. Yo puedo entender a Ramón y me pongo a su lado”. A tal fin, el realizador ha concebido una entrevista inventada entre un jesuita ficticio y Sampedro que, por maniquea, resta credibilidad a su argumentación.

Con todo, el público se ha lanzado a ver Mar adentro. Y cuando por su dura temática tendría que ser minoritaria, los autores han logrado hacerla tremendamente comercial a base de soslayar el sufrimiento y manipular hábilmente la historia real. Mientras, Amenábar, sacrificando el rigor, se justifica: “Quería hacer un film de los que llegan al corazón de la gente”. Incluso ha cautivado a los miembros de la Academia de Hollywood.

(Publicado en El Periódico de Catalunya, 20-III-2005; y en inglés, en www.us.imdb.com, 5-V-2006).