martes, mayo 05, 2009

"LOS ABRAZOS ROTOS". ALMODÓVAR LINDANDO EL CULEBRÓN INTELECTUAL


Dos largos años ha tardado Pedro Almodóvar de regresar al plató. Tras el éxito de Volver –su película más taquillera (véase reseña más abajo)–, nos ha sorprendido con un filme más entroncado con su primera época y el cine negro de La mala educación (2003). Una pieza que no acaba de convencer, pero que conserva ese estilo característico, que le ha hecho célebre en todo el mundo como cineasta.

En efecto, Los abrazos rotos (2009) es una obra de autor, donde Almodóvar parece “rizar el rizo” a su filmografía. Incluso cierra el filme con un episodio que rememora Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988) sin ningún pudor, y que titula “Chicas y maletas”. Acerca de este auto-homenaje, se defiende así:

"Cuando escribí el guión decidí que Mateo Blanco estuviera rodando una comedia porque es el género opuesto al drama que viven los protagonistas, de este modo sus problemas adquirían mayor relevancia, y los esfuerzos de Lena por conseguir el tono ligero y chispeante que la comedia exige resultaban más notorios y patéticos.
Sólo necesitaba tres o cuatro secuencias de “Chicas y maletas”, que sirvieran de fondo a la historia principal, pensé que lo mejor era adaptar material propio, en que pudiera moverme con total libertad. Por esa razón elegí Mujeres al borde de un ataque de nervios.
En el monólogo de las fantasías eróticas de una concejala de asuntos sociales recupero ese tono libérrimo, lúdico, políticamente muy incorrecto, incontenido y grosero de la Patty Diphusa de principios de los ochenta. Confieso que ha sido una experiencia refrescante y liberadora".

Pero, ante todo, Los abrazos rotos es una historia de “amour fou”, un melodrama que está lindando el culebrón tan querido por este autor. Y, asimismo, un thriller que evoca al cine americano de los años 50. Es obvio que, con los años y las canas, Pedro Almodóvar se ha transformado en un cinéfilo.
Ciertamente, de declaración de amor al Séptimo Arte cabría calificar a su último filme, con referencias explícitas a Fritz Lang, Louis Malle, Michael Powell, William Wyler y Roberto Rossellini; aunque el relato chirría por sus habituales obscenidades y concesiones, junto a esos decorados pretendidamente kitsch que resultan un tanto cargantes. Pero dejemos que hable de nuevo el cineasta sobre su voluntad de expresión:

"El cine juega un papel muy importante en todas mis películas, no lo hago como un alumno que reverencia a sus directores progenitores, no hago películas a la manera de... Cuando un autor o una película aparece dentro de las mías lo hace de un modo más activo que el del simple homenaje o guiño al espectador.
También en Los abrazos rotos utilizo la transparente sencillez de Viaggio in Italia (Te querré siempre, 1954), de Rossellini, para mostrar el efecto que causa en Lena-Penélope el descubrimiento de la pareja calcinada en Pompeya dos mil años antes.
Siento que es la primera vez que hago una declaración expresa de amor al cine; no con una secuencia en concreto, sino con toda una película. Al cine, a sus materiales, a las personas que se desviven alrededor de los focos, a los actores, a los montadores, a los narradores, a los que escriben, a las pantallas donde se ven las imágenes moviendo intrigas y emociones. A las películas como se hicieron en el momento en que se hicieron. A algo que aunque se pueda vivir de ello, no es sólo una profesión sino una pasión irracional".

No obstante, dudo que muchos espectadores capten esa intencionalidad. De ahí el relativo éxito que está teniendo la película. Con todo, se están agotando las reservas en el hotel de la isla volcánica de Lanzarote, donde rodaría una pequeña parte del filme.

Más interesante resulta la relación entre padre e hijos, maternidad y paternidad; es más, de la ausencia del padre. La familia, en una palabra. Otra constante de la obra almodovariana. También la productora Judit (espléndida Blanca Portillo) tiene mucho que esconder. Y habla del dolor y la venganza, de la conciencia de culpa y el arrepentimiento, del amor y el perdón. Por eso el especialista Juan Orellana comentaría:

"Almodóvar vuelve a tocar la cuestión del padre ausente. El momento más sobrecogedor del film es el que nos muestra al padre de Lena, en fase de cáncer terminal. Pero la búsqueda inconclusa del padre de Todo sobre mi madre culmina aquí recomponiéndose el vínculo padre-hijo, aunque por supuesto sigue ausente un modelo de familia válido. Como siempre, los personajes de Almodóvar están solteros o divorciados o mantienen relaciones atípicas".

Asimismo, está presente el tema del doble. El protagonista, Mateo Blanco (notable Lluís Homar, ya convertido en “actor Almodóvar”), tiene dos nombres: cuando empieza a llamarse Harry Caine lo hace para huir de sí mismo; pues su realidad como ciego es insoportable. Sólo puede sobrevivir “duplicado”. Antes del accidente, ese nombre ya era una prolongación de sí mismo: se había inventado ese seudónimo para firmar los guiones. Como para muchos cineastas, la ficción es sólo un ensayo de la realidad. Pedro Almodóvar lo concretaría mejor con estos términos:

"El cine es la profesión de varios personajes de Los abrazos rotos. Siempre lo he dicho, el cine para mí es “representación” de la realidad, y a veces su más fiel reflejo, su “duplicación”.
“Dos” son los personajes que Penélope Cruz incorpora en Los abrazos rotos. Magdalena, una mujer demasiado guapa y demasiado pobre para resistir la generosidad envenenada del magnate Ernesto Martel. Y Pina, su contrafigura, la protagonista de “Chicas y maletas”.
El cine y la realidad: Dos cabalgan juntos. (Y evoca aquí el título de una película de John Ford).

En fin, que Almodóvar se nos ha vuelto intelectual; ahora que ha cumplido los 60 años. De ahí que el escritor Gustavo Martín Garzo le dedicara prácticamente un ensayo en El País (“Una casa de lava”, 19 de marzo de 2009), donde desentraña lo que no se ve en una primera lectura del filme. O va más allá del propio autor.