martes, febrero 05, 2008

CHARLES CHAPLIN, O EL SÉPTIMO ARTE


Desde el 20 de diciembre de 2007 hasta el 27 de abril de 2008 tiene lugar en Barcelona (CaixaForum) una espléndida exposición sobre el gran “Charlot”, con el título Chaplin en imatges, que recomendamos visitar encarecidamente.


Charles Chaplin (Londres, 1889–Corsier-sur-Vevey, Suiza, 1977), sin duda, fue el más genial artista de la pantalla. De origen hebreo, sus padres fueron también artistas del music-hall. Eterno vagabundo y creador inigualable, trabajó como director, actor, guionista, músico y asimismo productor de sus propias películas. Chaplin concibió un personaje inmortal que se identificaba con su misma persona: “Charlot”, que según algunos teóricos reúne las creaciones más universales del espíritu humano: el judío errante, Prometeo, Don Quijote y Don Juan.

Este poeta de la imagen tuvo una infancia difícil, evocada en su magistral largometraje El chico (1921), film que parece escapado de una novela realista de Dickens como, por ejemplo, Oliver Twist. Tras permanecer en un orfelinato londinense, emigra a Estados Unidos con una compañía de variedades y es descubierto en 1913, en Hollywood, por la Keystone. Su rápida ascensión al cine, como uno de los creadores del género burlesco, le proporcionó cierta independencia a partir de 1914, tras concebir su célebre personaje.

Charles Chaplin protagonizaría siempre una sencilla historia llena de poesía y humanidad, con su característico bigotillo, el sombrero de hongo, las botas exageradas, el pantalón caído, la levita estrecha y el bastoncillo de junco. Esta historia se manifestaría a través de ese vagabundo quijotesco que injustamente es utilizado por los demás, mientras él es capaz de sacrificarse por ellos –incluso en su amor por la “chica”–, con el fin de que todos alcancen la felicidad, para luego desaparecer humildemente por el horizonte, acaso lleno de esperanza... Ése era, en suma, el “Charlot” que todos hemos amado y admirado. Su cine intemporal y extraordinariamente expresivo no necesitó de la palabra y fue ya suficiente para trasmitir los sentimientos más íntimos. Por eso, como el maestro ruso S. M. Eisenstein, al principio se opuso contra el cine sonoro; pues son célebres sus declaraciones: “¿Las películas habladas...? ¡Las detesto! Vienen a desvirtuar el arte más antiguo del mundo: el arte de la pantomima. Destruyen la gran belleza del silencio”.

Su obra fundía la comicidad con la ternura, la realidad con la fantasía, el lirismo con la tristeza, la emoción con el patetismo... Y estaba realizado con tanta precisión fílmico-estética, con gags antológicos y perfección técnica, que llegó a entusiasmar a los entendidos de la época y a los espectadores de ayer y hoy. De ahí que Charles Chaplin fuera reconocido –y lo seguirá siendo– como uno de los grandes maestros del Séptimo Arte; por su ingenio, quizá el mayor de la Historia del Cine.

No obstante, tras el cine cómico que siempre le singularizó, se puede apreciar un hondo contenido social y político, una faceta de la obra de Chaplin poco apreciada por el gran público y que es la clave para entender la postura personal de este creador. “Charlot” era –es– un hombre solitario, soñador e incomprendido, que se ve amenazado por la sociedad en que vive. Su pureza de alma contrastaría con el egoísmo de cierto mundo contemporáneo, por lo que es vulnerable a los brutales ataques de los hombres que le rodean y al amor de las mujeres que trata. Por eso, siempre salía perdiendo, teniendo que soportar las injusticias sociales del mundo exterior. Es obvio que el mundo de este personaje coincidía con el universo personal de Charles Chaplin. Por tanto, es a través de él como este cineasta lanza su denuncia contra la sociedad del momento, contra la concepción clasista de ésta, sus defectos y convencionalismos, o el orden establecido.

Aun así, a pesar de la agudeza crítica de su cine, no siempre sabe acertar con sus hirientes dardos. Su sátira es amarga y a veces poco objetiva. El pensamiento de Chaplin pasó con los años del idealismo a la esperanza (La quimera del oro, 1925, del romanticismo a la nostalgia (Luces de la ciudad, 1930), de la burla cruel al testimonio sociopolítico (Tiempos modernos, 1935; El gran dictador, 1940), de la desesperanza al nihilismo (Monsieur Verdoux, 1947), de la resignación al desgarramiento interior (Candilejas, 1952), como renunciando a luchar, pues se siente ya envejecido; aunque con las suficientes fuerzas como para asestar el postrer y terrible golpe contra la sociedad capitalista norteamericana en su último gran film Un rey en Nueva York (1957). Esto le costaría la total enemistad con el Gobierno de los Estados Unidos. Finalmente, se despidió de la pantalla sólo como director con una comedia un tanto pasada de moda, La condesa de Hong Kong (1966), protagonizada por Marlon Brando y Sophia Loren. Su “Charlot” ya había muerto y no se había adaptado al film moderno.

Con todo, Charles Chaplin fue un humanista y filósofo del siglo XX, a la vez que intentó ser un hombre sincero como creador. Un artista nato que, en sus ansias de autenticidad, dio lo mejor de su vida en pro del cinema y del público mundial. Basado en su famosa y discutida My Autobiography, en 1992 Richard Attenborough llevó su figura a la pantalla (Chaplin).

(Publicado en www.universitaties.net, abril 2008)

2 comentarios:

Marta dijo...

Estimado José Mª:

De Chaplin, me permitiría añadir que tuvo, además, la valentía de hacer llegar su voz a las masas en defensa del pacifismo y de la justicia universales, no tanto, por su instrínseca condición de judío errante, sino en calidad de creador y como tal, dominado por la convicción de quien se cree obligado al compromiso social. Quizás por eso, y no sólo, por su postrera firma -que tú enumeras muy oportunamente- hubo de saborear y digerir la hiel del exilio.

J. M. Caparrós Lera dijo...

Querido colega:

Agradezco tus comentarios sobre el "compromiso" de Chaplin, que sin duda completan mis juicios críticos.
Se nota que eres un historiador, Tomás!
Un abrazo de tu amigo

José María Caparrós