martes, septiembre 30, 2003



LA HISTORIA SE APRENDE EN EL CINE

Es muy difícil entender el espíritu y la mentalidad de nuestro tiempo si prescindimos de las películas. Los universitarios se asoman a las pantallas para contemplar el pasado o el presente histórico


¿Es posible explicar la historia contemporánea con el cine? Si el cine lo tomamos como una mera ficción, acaso diríamos que no. Pero si lo vemos como un reflejo de la sociedad que lo produce, convendríamos que sí. Aun así, el fenómeno cinematográfico posee gran importancia como estudio de las mentalidades. Es muy difícil conocer el espíritu de nuestro tiempo prescindiendo de las películas.

El cine, por tanto, conlleva un análisis social y psicológico que interesa cada vez más como testimonio de la llamada historia del presente. ¿Quién estaría dispuesto a negar que los filmes de Woody Allen muestran el microcosmos de los intelectuales judíos neoyorquinos? ¿0 que las algunas películas de Éric Rohmer no estudian la mentalidad perqueñoburguesa parisina?

Si antaño el movimiento neorrealista captó la Italia de posguerra, la década de los sesenta fueron testimoniadas por las “nuevas olas” europeas: la Nouvelle Vague francesa, el Free Cinema inglés, el Joven Cine alemán, el Nuovo Cinema italiano... hasta el Nuevo Cine español de los años del desarrollo. Y el Mayo del 68 dio paso al género político de los 70, o la guerra de Vietnam al cine “contestatario” USA.

De ahí que cada vez más las películas estén presentes en las aulas universitarias, sobre todo si queremos conectar con el público de nuestros días, ese alumnado que se asoma a las pantallas –ya sea en multisalas, TV o vídeo–, para contemplar el pasado o el presente histórico. ¿Cómo conoceríamos la condición de la sociedad iraní sin el testimonio de los filmes de Abbas Kiarostami y de su escuela?

Estamos, en definitiva, ante una nueva realidad -la cinematográfica- que complementa a la narración tradicional. Junto a los libros y periódicos que explican la historia, está el cine de ficción que también muestra los aconteceres cotidianos. Unas películas, que poseen una gran dosis de subjetividad. De acuerdo; pero que reflejan y narran la historia.

Sin embargo, esta valoración del cine como fuente histórica viene de lejos. Su gran impulsor fue Marc Ferro (autor de Historia contemporánea y cine), representante de la escuela de los Annales, cuyos estudios prolongarían a Siegfried Kracauer.

Este teórico alemán fue quien primero puso una pica en Flandes al historiar la República de Weimar a través de las películas de aquella misma época. En su obra fundamental, From Caligari to Hitler (1947), ya afirmaba que “los filmes de una nación reflejan su mentalidad de forma más directa que cualquier otro medio”. Es más, en su discutida pero reveladora historia psicológica del cine alemán mostraba el “cine como un espejo de la historia oculta” de su país. Y ha sido continuada por otros historiadores y sociólogos, entre los que cabe destacar a Pierre Sorlin (sobre todo en su obra Cines europeos, sociedades europeas) y la escuela de Oxford dedicada a la historia contextual del cine, que tendría su continuidad en diversas universidades españolas.

En Estados Unidos también se creó el Historian’s Film Committee para la utilización del cine en la enseñanza, con John O’Connor y Martin A. Jackson a la cabeza (a través de su American History/American Film), mientras en el California Institute of Technology destacaría el historiador Robert A. Rosenstone (autror de El pasado en imágenes. El desafío del cine a nuestra idea de la historia).

Así, se puede explicar la Revolución francesa con La Marsellesa (1937) y La inglesa y el Duque (2001); el Risorgimento italiano, por medio de El Gatopardo (1963), la Revolución rusa con Octubre (1927); la Primera Guerra Mundial, a través de Senderos de gloria (1957); la Depresión norteamericana, con Las uvas de la ira (1940); los totalitarismos europeos, por medio de El gran dictador (1940); la posguerra americana, con Los mejores años de nuestra vida (1946) y Rebelde sin causa (1955); o la Guerra Fría –por no hacer exhaustiva la lista–, a través de El tercer hombre (1949) y ¿Teléfono rojo?: Volamos hacia Moscú (1964).

Se trata, en resumen, de mentalizarnos de que las películas son una ventana abierta al mundo contemporáneo. Nunca ha sido tan atractiva la historia como la mostrada por el cine argumental o de ficción. Porque a través de los filmes podemos conocer la forma de pensar, de vestir, e incluso de hablar, de la sociedad de ayer y hoy. Y, sobre todo, podemos saber un poco más de nosotros mismos.

Dice el historiador Robert A. Rosenstone: “Ha llegado el momento en que el historiador debe aceptar el cine histórico como un nuevo tipo de historia, que, como toda historia, tiene sus propios límites. Por ofrecer un relato diferente al de la historia escrita, al cine no se le puede juzgar con los mismos criterios. La historia que cuenta el cine se coloca junto a la historia oral y la escrita”.

Las películas históricas se clasifican en tres apartados: de reconstrucción (las que retratan la misma época en que están rodadas), de género histórico y de reconstitución (evocan el pasado con voluntad de "hacer historia").

Publicado en El Periódico de Catalunya, 18-II-2003).