sábado, septiembre 27, 2008

WOODY ALLEN, DON JUAN, CARMEN Y BARCELONA


La nueva película de este genio de la pantalla, rodada en España, es una obra menor, de encargo, que no está a la altura de su mejor filmografía


Visioné esta comedia en una sesión especial para la prensa, invitado por una emisora de radio que iba a entrevistarme como autor del nuevo libro sobre este cineasta –Woody Allen, barcelonés accidental. Solo detrás de la cámara (Madrid: Ediciones Encuentro, 2008, 174 pp.–, que supongo se beneficiará del ‘boom’ mediático del film que nos ocupa.
La verdad es que Vicky Cristina Barcelona me decepcionó bastante. Pero el alcalde de la Ciudad Condal –Jordi Hereu– y el coproductor español –Jaume Roures– están felices, porque promocionará a la capital catalana y rendirá en taquilla. El público (recuérdese que en Europa ‘funcionan’ mejor las películas de Woody Allen que en Estados Unidos) se lanzará a ver la cinta, aunque después diga que no le ha gustado. La nueva película de este genio de la pantalla, rodada en España, es una obra menor, de encargo, que no está a la altura de su mejor filmografía.

Francamente, el maestro Allen sabe hacer cine de veras. Sería innegable pese a esta cinta. Incluso aquí sabe sacar partido del cuadro de intérpretes extranjeros –Rebecca Hall, sobre todo– y españoles; pero incide demasiado en los escenarios naturales, en la arquitectura de Gaudí y en los mitos de la España eterna. El crítico y colega universitario Àngel Quintana es quien mejor lo ha resumido: “El primer problema que genera el film surge cuando comprobamos que Allen lo mezcla todo sin ningún tipo de matiz cultural. El cineasta pasa tranquilamente del modernismo catalán a los dramas lorquianos, coloca las nadalas en tierra asturiana y la guitarra de Paco de Lucía en los bares más chic de Barcelona. La mezcla desemboca en la revisitación de los tópicos eternos que han configurado un determinado imaginario español en Hollywood. Así, el macho polígamo interpretado por Javier Bardem no cesa de proyectarse como una extensión del mito de Don Juan, mientras que la mujer vengativa y de sangre caliente (Penélope Cruz, la mejor de la función) no es más que la réplica eterna de Carmen.” (Cahiers de Cinéma-España, núm. 15, septiembre 2008).

En efecto, Vicky Cristina Barcelona es la visión que tienen de España los norteamericanos; de ahí el narrador que va contando las andanzas, aventuras y desventuras sentimentales de estas mujeres que buscan denodadamente el amor donde no se encuentra. Otra vez las constantes del mero sexo (aquí bastante explicitado, aunque Allen cuida en parte la elipsis) y el amor duradero, que ninguno de los protagonistas consigue alcanzar, se hacen presentes en esta película. Y al final, no sólo las jóvenes estadounidenses se vuelven defraudadas a su país, sino que los españoles se quedan peor que están.

No es, por tanto, una comedia superficial, la ‘españolada’ ni Barcelona o Asturias de tarjeta postal que se le ha acusado. Lo que ocurre es que Woody Allen no acaba de profundizar en su discurso, pues no logra ni intenta análisis social alguno. Un crítico galo, Georges Collar, ya lo comentaba con motivo de su presentación en el pasado Festival de Cannes: “La publicidad de la película especuló durante el rodaje con la idea de ménage à trois y lesbianismo. Pero todo parece finalmente un juego que prácticamente nunca se traduce en imágenes y que termina con un retorno al orden. Woody Allen decía en Cannes que los personajes tenían una vena trágica, que ha querido atenuar a favor de la comedia. Vicky entrará en un orden poco atractivo, Cristina seguirá su itinerario de insatisfacción y Juan Antonio y María Elena vivirán las dificultades de la copla “ni contigo ni sin ti mis penas tienen remedio”. Esta conclusión sería en el fondo la más positiva de cara a una valoración adecuada de la existencia. Sin embargo, es demasiado pedir a una obra en la que parece que Woody Allen se limita a crear situaciones audaces siempre interrumpidas por una catástrofe a cargo de María Elena, resorte eficaz de la comicidad del conjunto.” (Nuestro Tiempo, núm. 649-650, julio-agosto 2008).

Con todo, recomendamos al maestro Allen que siga realizando películas en su Nueva York querida, donde mejor ha reflejado la idiosincrasia de los intelectuales judíos de Manhattan, pues con sus 37 filmes anteriores ha contribuido al estudio de las mentalidades estadounidenses contemporáneas como pocos cineastas. Además, su posterior incursión en Gran Bretaña –con la alabada trilogía londinense– también resultó incompleta aunque mucho más profunda; en esas películas hablaba de las otras grandes constantes que presiden su preciada obra cinematográfica: la Muerte y el Más allá, de la existencia Dios –en el fondo, pienso que Woody Allen es un ‘buscador’ de Dios, de la verdad– y, asimismo, de la soledad. Tema de la soledad en el que insiste el especialista Sam B. Girgus: “Allen se ha sumergido en las aguas de un relativismo ético posmoderno y un realismo sensual que difiere considerablemente de la sensibilidad moral de sus primeros filmes.” (El cine de Woody Allen, Madrid: Akal, 2005, p. 34); tal y como cabe constatar en Vicky Cristina Barcelona.

En resumen, aquí trata de dos jóvenes turistas norteamericanas, así como de catalanes y asturianos en clave de comedia agridulce; pero poco más. Ahora bien, con los ‘fantasmas’ de Don Juan y Carmen en el escenario.

martes, septiembre 16, 2008

MARIO MONICELLI, UN HONORABLE ARTESANO

Una retrospectiva integrada por cuarenta de sus películas es el homenaje que el Festival de San Sebastián rinde a Mario Monicelli, un hombre emblemático en la comedia italiana


El prolífico Mario Monicelli ha sido recuperado este año por el Festival Internacional de Cine de San Sebastián. Merecidamente se rinde homenaje a un veterano autor que cabría calificar de honorable artesano, aunque en el mejor sentido de Hollywood; pues, para la vieja Meca del Cine, tales cineastas son honrados trabajadores, realizadores competentes que han dado a luz grandes películas de género.

Monicelli, nacido en Viareggio (Lucca), el 15 de mayo de 1915, es hijo de un periodista y escritor político. Estudió Historia y Filosofía en las Universidades de Pisa y Milán antes de dedicarse al Séptimo Arte. Crítico cinematográfico en la revista universitaria Camminare, fue premiado en la Mostra de Venecia con un filme rodado en 16 mm, I ragazzi della via Paal (1935), adaptación de una obra de Ferenc Molnár.

CLÁSICOS.- Formado profesionalmente al lado de clásicos como Mario Bonnard y Augusto Genina, durante la posguerra colaboró como guionista en varias películas importantes (Juventud perdida, Arroz amargo), al tiempo que codirige con Steno una serie de largometrajes cómicos –la mayoría protagonizados por el gran Totò–, entre los que destaca el inolvidable Guardias y ladrones (1951), con Aldo Frabrizi como partenaire. Después lanzaría a Alberto Sordi, en Un eroe dei nostro tempo (1956) y a Elsa Martinelli, en Donatella (1956).

Su reconocimiento internacional llegó en 1958, cuando realiza Rufufú, otra vez con Totò como intérprete, junto a cómicos como Memmo Carotenuto y el entonces joven Vittorio Gassman. Al año siguiente, triunfó de nuevo con una magistral sátira costumbrista: La gran guerra, fresco desmitificador y polémico sobre la Primera Guerra Mundial, pues era una visión crítica de la contienda bélica desde la perspectiva de los soldados de infantería. Otra gran película de este prolífico autor sería I compagni (1963), que trata de las primeras huelgas obreras en Turín. Esta obra fue nominada al Oscar de Hollywood. A tan importante filme “comprometido” –prohibido por la censura franquista– le seguirían dos farsas sobre la Edad Media: La armada Brancaleone (1966) y Brancaleone en las Cruzadas (1970). La segunda parte fue exhibida a concurso en el Festival de San Sebastián y Vittorio Gassman obtuvo el premio de interpretación. Allí también tuve la satisfacción, como miembro del Jurado del Círculo de Escritores Cinematográficos, de estar sentado al lado de este gran actor en el célebre Victoria Eugenia.

SÁTIRA POLÍTICA.- Posteriormente, Mario Monicelli volvió a la sátira política con Queremos los coroneles (1973): nuestro cineasta, a través de la gestión alocada de un grupo de militares de la reserva –coroneles, como en Grecia– mostraba un fracasado golpe de Estado dirigido por un parlamentario neofascista (Ugo Tognazzi), en la Italia contemporánea, a la vez que evidenciaba las contradicciones de un sistema en crisis permanente; mientras los defectos de la democracia o de un falso espíritu democrático eran puestos en la picota, vapuleando asimismo las diversas tendencias de su país: democristianos, comunistas, ultraderecha, centristas... y hasta el mismo presidente de la nación. Con todo, fue el Ejército quien recibió el mayor número de bofetadas, al igual que el fascismo y el patriotismo.

Así, el amor y la crítica serían evidenciados de nuevo en una cinta de episodios, codirigida con Dino Risi y Ettore Scola: ¡Que viva Italia! (1977). Los tres realizadores y su plantel de primeros intérpretes consiguieron un trabajo artístico de categoría, al tiempo que reflejaron con dinamismo y gracejo, a modo de sátira poetizante, ciertos vicios de la vida cotidiana de Italia. Sus últimas obras estrenadas en España datan de los años ochenta: Un quinteto loco (1982) y Los alegres pícaros (1988). Pero Monicelli siguió haciendo cine: cortos, documentales –su homenaje al maestro Nino Rota, por ejemplo–, series televisivas y nuevas comedias, como Panni sporchi (1999) y Le Rose del deserto (2006), con guiones también propios.

“Dotado de un sólido sentido de la construcción”, dijo de Mario Monicelli el crítico José Luis Guarner, “su abigarrada obra –escribió el especialista Lorenzo Codelli– posee una extraña coherencia estética e ideológica”. Por eso, San Sebastián’08 recupera su entrañable figura y, en buena parte, olvidada filmografía.


(Publicado en ABCD las Artes y las Letras, núm. 867, 13-IX-2008, p. 46)