lunes, marzo 06, 2006


EL MITO DEL OSCAR

La 78 edición de los más preciados galardones del Séptimo Arte ha centrado de nuevo la atención de los aficionados de todo el mundo


Los premios Oscar, cuya primera concesión data de 1928, tuvo su origen un año antes, cuando el 11 de mayo, 36 prohombres de Hollywood se reunieron en el Hotel Roosevelt de Los Ángeles y fundaron la hoy famosa Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas. Entre aquellas figuras estaban Douglas Fairbanks, Mary Pickford y Harold Lloyd como actores, Cecil B. de Mille, Raoul Walsh y Henry King, entre los directores, o Jack Warner y Louis B. Mayer, entre los productores.

Al parecer, los principios fundacionales eran altruistas: alentar cuantas innovaciones contribuyesen a mejorar la industria cinematográfica, técnica y estéticamente. Y con tal propósito se pensó en conceder anualmente una serie de galardones. En esa misma reunión fundacional ya se ideó la célebre estatuilla dorada, creada por el director artístico Cedric Gibbons y moldeada por el escultor George Stanley.

Sin embargo, sobre el nombre dado a la codiciada figura –que mide 34 centímetros, pesa tres kilos, es de bronce y está recubierta con una fina lámina de oro– hay diversas leyendas. La más conocida se atribuye a la bibliotecaria de la Academia hollywoodiense, quien bautizó así a la estatuilla: “Se parece a mi tío Oscar”. Con todo, el vocablo no se aceptó hasta 1931, fundamentando este nombre en su sonoridad, fácil asimilación e igual pronunciación en los distintos idiomas.

Pronto la Academy of Motion Pictures Arts and Sciences cobró prestigio, imponiéndose con sus galardones a otros premios cinematográficos. El sistema normativo de la Academia de Hollywood es el siguiente:

a) toda película candidata a los Oscar debe haberse estrenado en Los Ángeles durante el año anterior al fallo;

b) una vez registrada e impresa la lista de candidaturas, un comité de selección por especialidad clasifica los filmes y autores para una posterior votación;

c) de la primera votación, que se hace por apartados –música, fotografía, sonido, etc–, surgen los cinco mejores trabajos del año, denominados nominaciones;

d) la votación definitiva la realizan todos los componentes de la Academia, en papeletas donde figuran los datos de la primera votación. Todos los miembros han de pronunciarse –de forma secreta– sobre todas las especialidades y categorías de premios. Una vez llevada a cabo la gestión, la firma Price Waterhouse Co. contabiliza los votos –unos 6.000, en la 78 convocatoria– y sólo se da a conocer el resultado delante del público invitado y de los medios de comunicación, con las popular frase and the winner is...

Otra de las leyendas que circula en torno a los Oscar son las presiones. ¿Están “conchabados” los premios? ¿No será la concesión de los preciados galardones un nuevo tipo de manipulación que sufre el espectador, aparte del de la publicidad? Es más, el malodrado Humphrey Bogart declaró públicamente que el Oscar era un “cuento”, ¡y eso que él tenía uno! Y otros actores –como Marlon Brando y George C. Scott– rechazaron en su día el galardón; mientras Woody Allen no fue a recogerlo en dos ocasiones.

Se ha dicho que detrás del Oscar de Hollywood está el sistema capitalista norteamericano, con sus intereses: desde el Gobierno estadounidense y las grandes entidades bancarias, hasta alguna conspiración judeomasónica... Pero la verdad es que esta última hipótesis no resulta nada fundamentada.

Es obvio, no obstante, que la votación de los Oscar no está libre de “intereses creados”. Por ejemplo, se conoce la presión que ejercen las grandes firmas a sus empleados (profesionales que son miembros de la Academia) para que voten por determinadas películas o nombres ligados a su productora. Aun así, la actitud de la industria cinematográfica hollywoodiense es premiar la popularidad. La vieja “fábrica de sueños” tiende a satisfacer unas pretendidas preferencias del público, que después utilizará para incrementar sus arcas; ahora más en manos de los empresarios japoneses que de los magnates de Wall Street. De ahí que muchas veces no se atienda bien a los auténticos valores fílmicos, a la verdadera calidad artística –ética y estética–, y sí se tengan más en cuenta los gustos del espectador medio, premiando acaso lo que el gran público premiaría; éste mediatizado por las modas y la enorme promoción de los Oscar.

Un claro ejemplo de lo antedicho ha sido la concesión de galardones del presente año: mejor película y guión original a Crash (Colisión), de Paul Haggis; mejor dirección y guión adaptado a Ang Lee por Brokeback Mountain (En terreno vedado); mejor actriz a Reese Witherspoon, por En la cuerda floja; mejor actor a Philip Seymour Hoffman, por Truman Capote. Mientras se han quedado de vacío Woody Allen (por su guión de Match Point), George Clooney (Buenas noches, y buena suerte), Steven Spielberg (por su discutida Munich) y la alemana Sophie Scholl (los últimos días), la contundente denuncia del nazismo, como mejor película de habla no inglesa que ha ganado la sudafricana Tsotsi.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

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