sábado, abril 21, 2007

LA REVISIÓN DE LA DICTADURA

Después de cuarenta años de franquismo, con la libertad de expresión, el cine español se centró en la crítica a la Dictadura, no sólo en el ámbito político sino también en otras esferas de la vida cotidiana
La muerte de Franco y la instauración de un régimen democrático en España repercutieron en todos los órdenes y, especialmente, en la realidad sociocultural. La desaparición del franquismo se notó con pasión en la mayoría de los mass-media españoles. Y uno de los más importantes fue el cine. Tras las elecciones legislativas del 15 de junio de 1977 -la Constitución democrática se aprobó en referéndum a finales de 1978- y las elecciones generales y municipales de 1979, la reconstrucción del país se centró más en la instauración y consolidación del nuevo sistema político, que en los sectores industriales y culturales del cine español.

Aun así, el panorama de nuestro cine presentó durante esta etapa de transición nuevos caracteres. Las razones hay que buscarlas en la nueva coyuntura política. Con la «apertura» ideológica -no «cambio», sino reforma- las cortapisas de la dictadura se vinieron abajo con la liquidación del franquismo que brindó enseguida el nuevo partido gubernamental (UCD) apoyado por la Monarquía. Y el primer presidente de la democracia, Adolfo Suárez, desmontó el Movimiento Nacional, llevando a cabo la transición sin ruptura, pacíficamente. Asimismo, el cine español cogió por primera vez el tren de la «modernidad», que no se concretó sólo en temas de libertad política sino que las salas comerciales fueron invadidas por la moda del cine erótico. La censura también desapareció por esas fechas, con el Real Decreto del 11 de noviembre de 1977.

CRISIS ECONÓMICA.- Durante el período del Gobierno de Unión de Centro Democrático, el cine español fue afectado por la crisis de nuestra economía. La industria cinematográfica nacional, compuesta por pequeños empresarios, se descapitalizó. Además, el Fondo de Protección del Estado aún adeudaba a los productores cantidades considerables y, ante tal situación, algunas multinacionales norteamericanas suspendieron las inversiones en el cine español que, a fines de 1978, sufría un desempleo del 80 por ciento. Con todo, la producción aumentó progresivamente durante estos primeros años: en 1976 se realizaron 108 largometrajes y en 1977, 113; descendió en 1978, que alcanzó la cifra global de 105, y entró en picado en 1979, con 72 películas, aumentando al final de la década, con 98 cintas en 1980.

Entre los filmes que ponían en tela de juicio a la España reciente, destacan El desencanto (1976), de Jaime Chávarri, y Asignatura pendiente (1977), de José Luis Garci. Pero enseguida Franco y la revisión histórica de la Guerra Civil fueron vapuleados por los cineastas de la transición: desde Basilio Martín Patino, con Caudillo (1977) hasta Raza, el espíritu de Franco, de Gonzalo Herralde, y Camada negra, de Manuel Gutiérrez Aragón (ambas del 77); mientras la contienda bélica mostraba la perspectiva de los perdedores en Las largas vacaciones del 36 (1976) y La vieja memoria (1977), de Jaime Camino. Las autonomías se despertaron con filmes en lengua vernácula. Cataluña con La ciudad quemada (1976), de Antoni Ribas, o Companys, proceso a Cataluña (1979), de Josep Maria Forn. El País Vasco saltó a las pantallas con dos títulos de 1979 prácticamente al servicio de ETA: El proceso de Burgos, de Imanol Uribe; y Operación Ogro, del italiano Gillo Pontecorvo.

Por otra parte, dos veteranos resurgieron con filmes «comprometidos»: El puente (1977) y Siete días de enero (1979), de Juan Antonio Bardem, y La escopeta nacional (1978), de Luis G. Berlanga, que encabezó una trilogía; y Carlos Saura abandonaba su subrepticia denuncia al régimen dictatorial en cintas no directamente políticas, como Elisa, vida mía (1976). En esta etapa de afirmación democrática aparecieron nuevos nombres: Pilar Miró, con El crimen de Cuenca (1979); Fernando Colomo, con Tigres de papel (1977); Fernando Trueba, con Ópera prima (1979) y Pedro Almodóvar, con Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980), máximos representantes de la «movida» madrileña.

A pesar de los diversos enfoques, es posible destacar ciertas líneas comunes en el cine español de la transición. En cuanto a la voluntad de expresión, se advirtió un deseo de revisar y desmitificar la Dictadura franquista; pero su crítica no se limitaba a la política, sino que se extendía a la religión, la moral, la familia... que aparecieron como estructuras ligadas a un tiempo pasado y ya superado. En el plano estético, la mayoría acusaría cierto desequilibrio por incoherencia entre lo que quería decir y la forma de contarlo; mientras que la madurez creadora de otros resultó pretenciosa o se empañaba con fáciles concesiones eróticas o violentas de claro signo comercial.

SÍMBOLOS Y CLAVES.- Por último, junto a esa falta de coherencia estético-expresiva, la dificultad de comunicación entre cineastas y espectadores se complicaría con un exceso de símbolos y claves críticas, que a veces se agravaba por una cerrazón ideológica agobiante. De ahí que el público no respondiera la mayoría de las veces y, cuando lo hacía, se inclinaba por los filmes de más bajo nivel intelectual aderezados con los reclamos al uso.

Con el frustrado golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 se cierra un período histórico en España, que aún tuvo su culmen con el primer Oscar de Hollywood para el cine español: Volver a empezar (1982), de José Luis Garci. Comenzaba entonces la primera época socialista y acababa la difícil transición a la democracia.


(Publicado en ABCD las Artes y las Letras, 21-IV-2007).