Al cumplirse el sesenta aniversario de la muerte del genial autor de El acorazado Potemkin es posible disfrutar en DVD de buena parte de su obra. El maestro Serguéi Mijaílovich Eisenstein aportó al Séptimo Arte teorías y recursos tan esenciales como el "montaje de atracciones" y la metáfora visual.
Serguéi Mijaílovich Eisenstein es, según muchos historiadores, uno de los tres genios del Séptimo Arte, junto con Charles Chaplin y John Ford. Su Majestad Eisenstein –para para los cinéfilos– fue además un gran teórico y maestro del cine ruso. Nacido en Riga (Letonia), el 22 de enero de 1898, era hijo de un arquitecto alemán y había estudiado Ingeniería y Arquitectura.
Dibujante y decorador, Eisenstein trabajó como director escénico en el Proletkult (Organización de la Cultura Proletaria) y llegó a tener su propia compañía teatral. Ayudante de Vsevolod Meyerhold, se interesó por el arte cinematográfico después de la Revolución de 1917, en la que participaría activamente.
Su debut en el cine data de 1924, con Stachka, magistral filme sobre una huelga en la Rusia zarista, y llegó a ser el máximo representante de la escuela soviética con sus coetáneos Dziga Vertov, Vsevolod Pudovkin y Alexander Dovjenko. Al año siguiente realizaría su Acorazado Potemkin, una evocación patética de la Revolución de 1905, obra mítica del cine político y artísticamente modélica, que ha pasado a la historia como la mejor película de todos los tiempos, especialmente por su antológica secuencia de las escalinatas de Odessa.
Asimismo, y por encargo del PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética), S. M. Eisenstein conmemoró el décimo aniversario de la Revolución bolchevique con Octubre (1927), un filme también clave del estilo eisensteiano, que se inspiró en el relato Diez días que estremecieron al mundo, de John Reed, resultando algo panfletario y caótico, pese a tener secuencias memorables. Después llegó su nueva obra maestra La línea general (Lo Viejo y lo Nuevo, 1929) sobre la revolución campesina en la URSS.
CONTRIBUCIONES.- Con estas primeras obras maestras, S. M. Eisenstein desarrollaría sus teorías como cineasta –ya puestas por escrito, y posteriormente editadas en lengua española (Reflexiones de un cineasta, Barcelona, Lumen, 1970; El sentido del cine, Buenos Aires, Siglo XXI, 1974)– y aportaría sus famosos «montaje de atracciones» y la metáfora visual. Poco después incorpora la banda musical, consiguiendo una perfecta asociación de las estructuras plásticas con las sonoras.
En los años del cine parlante, Eisenstein desarrolló la concepción por ideogramas y los avances expresivos del color, basado también en el teatro japonés Kabuki. Y todo ello dentro de ese carácter épico, barroco, con aire de epopeya y un lirismo que se une con la problemática de fondo, que le distinguieron como autor. Estudioso de la narrativa de Charles Dickens y David Wark Griffith (ver su ensayo de 1944 "Dickens, Griffith y el cine de hoy", en Teoría y técnica cinematográficas, Madrid, Rialp, 1989, pp. 249-308), fue también un gran teórico del montaje y haría de esa técnica la base de la estética del filme.
METÁFORA.- Durante los años treinta, Eisenstein fue a Hollywood. Rechazados sus proyectos por los directivos de la Paramount, marchó al país vecino para rodar Que viva México!, su incomprendida e inacabada visión de la cultura y la Revolución mexicana, cuyas imágenes se utilizaron para diversas películas. En la URSS le destruyeron su también inconclusa El prado de Bezhin (1935-37), pero logró una genial metáfora sobre el peligro nazi en plena Segunda Guerra Mundial con su memorable Alexander Nevski (1938), película que cuenta con la magistral sinfonía de Prokofiev y posee una secuencia antológica de la batalla en los hielos.
Catedrático en el Instituto Cinematográfico de Moscú (Vladimir Nizhny editó sus clases teóricas en Lecciones de cine con Eisenstein, Barcelona, Seix Barral, 1964), en 1944-46 realizó su última obra maestra: Iván el Terrible, una evocación histórica del Zar unificador de todas las Rusias, a modo de parábola de la Dictadura estalinista. La segunda parte de Ivan Groznyj (La conjura de los boyardos), con una secuencia inigualable en colorido, no se pudo estrenar hasta la muerte del dictador, acaecida después de que falleciera el propio Eisenstein cuando acababa de cumplir 50 años (en Moscú, el 11 de febrero de 1948) y preparaba su Teoría del cine en colores. Disidente del sistema, fue obligado a retractarse de su obra, acusado de esteticista y demasiado individual, y de no servir al partido como pretendía el Gobierno comunista. Por ello, por su independencia artística y su visión romántico-patriótica, sufrió las consecuencias de su gran actividad creadora.
MATERIALISMO Y FE.- Serguéi Mijaílovich Eisenstein pareció navegar entre la ideología marxista y su sentido profundo del alma y de la tierra rusas; pues a causa de su vasta cultura y el contacto que tuvo con la sociedad occidental (especialmente durante su estancia en México), su pensamiento materialista evolucionó hacia la fe, tal como manifestó él mismo y narra su biógrafa y colaboradora Marie Seton en un texto original en inglés (Sergei M. Eisenstein. A Biography, Londres, The Modley Head, 1952), que fue sospechosamente censurado en las traducciones italiana y francesa. En 1986, Fondo de Cultura Económica lo editó en castellano. Aun así, acerca de la personalidad y la obra del artista ruso, cabe consultar la síntesis biográfica de un colega que vivió esa turbulenta época y abandonó la URSS: Victor Sklovski, Eisenstein (Barcelona, Anagrama, 1973).
Sobre este maestro del séptimo arte escribió el teórico Manuel Villegas López: «Eisenstein es el genio del cine más completo y de más profunda penetración en sus esenciales problemas. Todo artista genial parte de lo sencillo hacia lo más complicado, en un enriquecimiento progresivo y fecundo de su arte, para después comenzar a sintetizarlo y simplificarlo en extremo; así Miguel Ángel, Velázquez o el Greco» (Los grandes nombres del cine, I, Barcelona, Planeta, 1973, p. 275).
Con un gran amor al cine, S. M. Eisenstein había profetizado: «Es, naturalmente, el arte más internacional. La primera mitad del siglo, sin embargo, no ha utilizado de él más que unas migajas. Asistiremos al sorprendente éxito de dos extremos: el actor taumaturgo, encargado de trasmitir al espectador la materia de sus pensamientos, irá de la mano del cineasta-mago de televisión que, haciendo malabarismos con los objetivos y las profundidades de campo, impondrá directa e instantáneamente su interpretación estética en una fracción de segundo. Ante el cine se abre un mundo inmenso y complejo». Su Majestad Eisenstein tenía razón.
Dibujante y decorador, Eisenstein trabajó como director escénico en el Proletkult (Organización de la Cultura Proletaria) y llegó a tener su propia compañía teatral. Ayudante de Vsevolod Meyerhold, se interesó por el arte cinematográfico después de la Revolución de 1917, en la que participaría activamente.
Su debut en el cine data de 1924, con Stachka, magistral filme sobre una huelga en la Rusia zarista, y llegó a ser el máximo representante de la escuela soviética con sus coetáneos Dziga Vertov, Vsevolod Pudovkin y Alexander Dovjenko. Al año siguiente realizaría su Acorazado Potemkin, una evocación patética de la Revolución de 1905, obra mítica del cine político y artísticamente modélica, que ha pasado a la historia como la mejor película de todos los tiempos, especialmente por su antológica secuencia de las escalinatas de Odessa.
Asimismo, y por encargo del PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética), S. M. Eisenstein conmemoró el décimo aniversario de la Revolución bolchevique con Octubre (1927), un filme también clave del estilo eisensteiano, que se inspiró en el relato Diez días que estremecieron al mundo, de John Reed, resultando algo panfletario y caótico, pese a tener secuencias memorables. Después llegó su nueva obra maestra La línea general (Lo Viejo y lo Nuevo, 1929) sobre la revolución campesina en la URSS.
CONTRIBUCIONES.- Con estas primeras obras maestras, S. M. Eisenstein desarrollaría sus teorías como cineasta –ya puestas por escrito, y posteriormente editadas en lengua española (Reflexiones de un cineasta, Barcelona, Lumen, 1970; El sentido del cine, Buenos Aires, Siglo XXI, 1974)– y aportaría sus famosos «montaje de atracciones» y la metáfora visual. Poco después incorpora la banda musical, consiguiendo una perfecta asociación de las estructuras plásticas con las sonoras.
En los años del cine parlante, Eisenstein desarrolló la concepción por ideogramas y los avances expresivos del color, basado también en el teatro japonés Kabuki. Y todo ello dentro de ese carácter épico, barroco, con aire de epopeya y un lirismo que se une con la problemática de fondo, que le distinguieron como autor. Estudioso de la narrativa de Charles Dickens y David Wark Griffith (ver su ensayo de 1944 "Dickens, Griffith y el cine de hoy", en Teoría y técnica cinematográficas, Madrid, Rialp, 1989, pp. 249-308), fue también un gran teórico del montaje y haría de esa técnica la base de la estética del filme.
METÁFORA.- Durante los años treinta, Eisenstein fue a Hollywood. Rechazados sus proyectos por los directivos de la Paramount, marchó al país vecino para rodar Que viva México!, su incomprendida e inacabada visión de la cultura y la Revolución mexicana, cuyas imágenes se utilizaron para diversas películas. En la URSS le destruyeron su también inconclusa El prado de Bezhin (1935-37), pero logró una genial metáfora sobre el peligro nazi en plena Segunda Guerra Mundial con su memorable Alexander Nevski (1938), película que cuenta con la magistral sinfonía de Prokofiev y posee una secuencia antológica de la batalla en los hielos.
Catedrático en el Instituto Cinematográfico de Moscú (Vladimir Nizhny editó sus clases teóricas en Lecciones de cine con Eisenstein, Barcelona, Seix Barral, 1964), en 1944-46 realizó su última obra maestra: Iván el Terrible, una evocación histórica del Zar unificador de todas las Rusias, a modo de parábola de la Dictadura estalinista. La segunda parte de Ivan Groznyj (La conjura de los boyardos), con una secuencia inigualable en colorido, no se pudo estrenar hasta la muerte del dictador, acaecida después de que falleciera el propio Eisenstein cuando acababa de cumplir 50 años (en Moscú, el 11 de febrero de 1948) y preparaba su Teoría del cine en colores. Disidente del sistema, fue obligado a retractarse de su obra, acusado de esteticista y demasiado individual, y de no servir al partido como pretendía el Gobierno comunista. Por ello, por su independencia artística y su visión romántico-patriótica, sufrió las consecuencias de su gran actividad creadora.
MATERIALISMO Y FE.- Serguéi Mijaílovich Eisenstein pareció navegar entre la ideología marxista y su sentido profundo del alma y de la tierra rusas; pues a causa de su vasta cultura y el contacto que tuvo con la sociedad occidental (especialmente durante su estancia en México), su pensamiento materialista evolucionó hacia la fe, tal como manifestó él mismo y narra su biógrafa y colaboradora Marie Seton en un texto original en inglés (Sergei M. Eisenstein. A Biography, Londres, The Modley Head, 1952), que fue sospechosamente censurado en las traducciones italiana y francesa. En 1986, Fondo de Cultura Económica lo editó en castellano. Aun así, acerca de la personalidad y la obra del artista ruso, cabe consultar la síntesis biográfica de un colega que vivió esa turbulenta época y abandonó la URSS: Victor Sklovski, Eisenstein (Barcelona, Anagrama, 1973).
Sobre este maestro del séptimo arte escribió el teórico Manuel Villegas López: «Eisenstein es el genio del cine más completo y de más profunda penetración en sus esenciales problemas. Todo artista genial parte de lo sencillo hacia lo más complicado, en un enriquecimiento progresivo y fecundo de su arte, para después comenzar a sintetizarlo y simplificarlo en extremo; así Miguel Ángel, Velázquez o el Greco» (Los grandes nombres del cine, I, Barcelona, Planeta, 1973, p. 275).
Con un gran amor al cine, S. M. Eisenstein había profetizado: «Es, naturalmente, el arte más internacional. La primera mitad del siglo, sin embargo, no ha utilizado de él más que unas migajas. Asistiremos al sorprendente éxito de dos extremos: el actor taumaturgo, encargado de trasmitir al espectador la materia de sus pensamientos, irá de la mano del cineasta-mago de televisión que, haciendo malabarismos con los objetivos y las profundidades de campo, impondrá directa e instantáneamente su interpretación estética en una fracción de segundo. Ante el cine se abre un mundo inmenso y complejo». Su Majestad Eisenstein tenía razón.
(Publicado en ABCD las Artes y las Letras, 9-II-2008, pp. 54-55)
2 comentarios:
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J. M. Caparrós-Lera
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