Dario Villanueva, el nuevo académico de la Lengua Española, ha dado una lección sobre las relaciones entre Cine y Literatura, hablando del Quijote como precursor del arte fílmico
Francamente, me ha impresionado el discurso de ingreso en la Real Academia Española que ha hecho Darío Villanueva. Este eminente lingüista gallego, catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidad de Santiago de Compostela, que ya ocupa el sillón D, vacante tras la muerte del filólogo Alonso Zamora Vicente, recurrió a El Quijote para demostrar la preeminencia de la literatura sobre el cine. Brillante discurso que fue contestado por el prestigioso escritor catalán Pere Gimferrer, antiguo crítico de Film Ideal y autor del libro Literatura y Cine.
En efecto, Darío Villanueva se refirió a la inmortal obra de Cervantes para demostrar que “el Séptimo Arte no surgió de la nada”. Y calificó a Virgilio y Shakespeare como profetas, sibilas del cine: “El ser humano utilizó para narrar técnicas como la elipsis, los saltos retrospectivos, los comienzos en media res o los relatos en paralelo antes del descubrimiento de los aparatos que permiten ahora la animación material y continua de las imágenes reales”, dijo. Señalando como pre-cinematográficos a Valle-Inclán y Francisco Ayala, entre otros creadores literarios anteriores al invento de los hermanos Lumière.
El nuevo académico consideró especialmente Don Quijote de la Mancha como la obra maestra precursora del cinematógrafo, con su “predeterminación verbal de lo visual. La contraposición entre las imágenes de dos realidades: la que ve Sancho y los demás personajes, y la que el protagonista altera y distorsiona, confiere a la novela una gran visualidad”.
Finalmente, el profesor Villanueva recordó episodios en los que el Ingenioso hidalgo ve una venta donde hay un castillo o en que confunde un rebaño de ovejas con un “copiosísimo ejército”. Y añadió: “Los personajes se suben a una loma y así la descripción que el caballero hace del ejército se resuelve como una panorámica. Después vienen sucesivos planos en movimiento para narrar el ataque de Don Quijote y su derribo a pedradas por parte de los pastores. Y no terminará el capítulo sin sendos primerísimos planos correspondientes al doble vómito y al recuento que Sancho hace de los dientes y muelas que le faltan a su amo”.
Todo este gran discurso académico me ha recordado otro importante ensayo, publicado en 1944 por Serguéi Mijaílovich Eisenstein, que tuvo por título original Dickens, Griffith et nous. Aquí, el maestro soviético relacionó la novela realista de Charles Dickens con la narrativa cinematográfica, así como la influencia del autor británico en la escritura de otro maestro del Séptimo Arte: David Wark Griffith, el gran pionero del cine americano, que con sus 795 películas –dirigidas o supervisadas– sistematizó la gramática fílmica. Eisenstein, catedrático de cine en Moscú, analizó a fondo Intolerancia (1916), obra maestra del montaje narrativo, para desarrollar él mismo el denominado montaje intelectual; mientras sus colegas concebían el montaje lírico (Pudovkin) y de ideas o constructivo (Dziga Vertov). Pues si el montaje griffithiano era a la vez dramático y expresivo –invisible, tal como funciona la lógica de la mente humana–, el eisensteiano –montaje de choque o de atracciones– desarrollaría esa cualidad al máximo, dándole mayor abstracción y carácter intelectual, simbología incluida. (Cfr. la primera versión española de ese ensayo, “Dickens, Griffith y el film de hoy”, en S. Eisenstein, Teoría y técnicas cinematográficas, Madrid, Rialp, 1959, pp. 215-275).
No obstante, todos partían de la estructura de la novela realista de Charles Dickens, explicando cómo la escritura literaria de este gran autor inglés anuncia la sintaxis cinematográfica posterior. “¿Qué fueron las novelas de Dickens –se preguntaba Eisenstein– para sus contemporáneos, para sus lectores? La respuesta es la siguiente: tenían la misma relación con ellos como la que tiene el cine con sus espectadores en nuestros días”. Y continuaba más adelante: “Quizá el secreto de Dickens (así como el del cine) depende de su creación de una extraordinaria plasticidad, de sus dotes de observación y de su cualidad óptica. Los personajes de Dickens están perfeccionados con los mismos medios plásticos y ligeramente exagerados de los actuales héroes de la pantalla”. Y demuestra su teoría tomando los capítulos XIV, XVI, XVII y XXI de Oliver Twist.
No voy a extenderme más. Ni mucho menos me propongo enmendar la plana al filólogo Darío Villanueva, que es un maestro de la escritura. Pero sí recordar que nuestro gran realista, Don Benito Pérez Galdós, fue también un precursor del Cine. Un arte que si bien posee su propio lenguaje –no mero dependiente del literario–, la Literatura le proporcionó formas narrativas que los cineastas han sabido aprovechar. En el fondo, porque todos estos creadores eran –son– humanos, y la lengua –hablada o escrita– es la que nos hace universales. De Virgilio a Galdós, pasando por Cervantes y por Dickens.
(Publicado en la revista Unidad en la pluralidad, núm. 14, Murcia, enero-febrero 2009, p. 3)