Prácticamente, coincidiendo con el tercer coche-bomba del llamado IRA de la Continuidad que estalla en Irlanda del Norte, y a sólo tres semanas de las elecciones generales británicas, se ha estrenado una nueva película sobre las consecuencias de la violencia en el Ulster
Se trata de Cinco minutos de gloria (2009), de Oliver Hirschbiegel, el director de El hundimiento (2004). Si en este filme acerca de los últimos días de Hitler fue polemizado por su retrato un tanto atractivo del Führer, con la presente obra sólo ha recibido parabienes. Porque, ante todo, Five minutes of Heaven es una cinta honesta, que busca la reconciliación y el arrepentimiento, aunque no el olvido.
Lurgan (Irlanda del Norte), 1975. La legitimista Fuerza de Voluntarios del Ulster (UVF) exige la venganza contra los militantes del IRA. Un líder protestante, Alistair Little, de 16 años, pretende obtener su “bautismo de sangre” matando a un joven obrero católico, que no pertenece al hoy escindido e histórico grupo nacionalista. (Cfr. mi libro La cuestión irlandesa y el IRA: una vision a través del cine, Valladolid: Fancy, 2003). El asesinato lo presenciará su hermano, un niño de once años, que conservará el afán de venganza. 30 años después, cuando ya ha salido de la cárcel el arrepentido Alistair –ahora un profesional importante–, un “reality show” intentará enfrentar a los dos en un programa dedicado a la reconciliación y el perdón. Con todo, el desarrollo de la trama queda en el tintero para el futuro espectador.
Estamos ante una película conmovedora y sobria a la vez. Sin concesiones de ningún tipo, el cineasta germano –que, por extranjero, logra un mayor distanciamiento– acomete con enorme seriedad un tema que posee visos muy universales. Personalmente, pensé que deberían ver este filme los terroristas de cualquier organización, y reflexionar sobre las consecuencias humanas de tan deleznable acción, que no puede justificarse por convicciones ideológicas.
Oliver Hirschbiegel (Hamburgo, 1957) huye del planteamiento político en esta cinta. Con un guión de Guy Hibbert, basado en un hecho real, la película especula qué hubiera pasado en un “cara a cara” entre el traumatizado asesino y el “marcado” hermano de la víctima, muchos años más tarde. Interesado el director alemán por esa trama, Hirschbiegel manifestaría: “Lo que más me fascinó fue el hecho de que esa historia no sólo habla de la violencia, algo que se ve habitualmente en las películas, sino del legado de esa violencia, lo que pasa después, qué le hace a la gente, a la víctimas, a los familiares de las víctimas”. Y esas víctimas no son únicamente los muertos, sino también los propios asesinos.
Clave en este duelo es el recital interpretativo de los actores protagonistas: Liam Neeson y James Nesbitt. El sobrio Neeson –que en 1996 ya encarnó al político y líder del IRA Michael Collins– está excelente como el terrorista arrepentido; y el a veces histriónico Nesbitt, como el hermano-testigo, Joe Griffen, expresa asimismo con convicción su estado anímico.
Perfectamente ambientada, Cinco minutos de gloria ha sido también calificada como una película moral. Veamos, si no, lo que escribió el nuevo crítico de La Vanguardia, Salvador Llopart, sobre su voluntad de expresión: “El director sabe que los actos tienen consecuencias y los hombres, memoria. Sabe que la violencia nunca es gratuita, y además tiene la perspicacia de situar esa violencia en su momento y en su lugar, cuando los héroes de ayer pueden ser las víctimas de hoy. Sabe, en definitiva, que la venganza es un plato que se sirve frío o caliente, no importa, pero que al final acaba por atragantarse. A todos”.
El nuevo filme de Oliver Hirschbiegel es una obra notable, que provocará la reflexión crítica del espectador.
Estamos ante una película conmovedora y sobria a la vez. Sin concesiones de ningún tipo, el cineasta germano –que, por extranjero, logra un mayor distanciamiento– acomete con enorme seriedad un tema que posee visos muy universales. Personalmente, pensé que deberían ver este filme los terroristas de cualquier organización, y reflexionar sobre las consecuencias humanas de tan deleznable acción, que no puede justificarse por convicciones ideológicas.
Oliver Hirschbiegel (Hamburgo, 1957) huye del planteamiento político en esta cinta. Con un guión de Guy Hibbert, basado en un hecho real, la película especula qué hubiera pasado en un “cara a cara” entre el traumatizado asesino y el “marcado” hermano de la víctima, muchos años más tarde. Interesado el director alemán por esa trama, Hirschbiegel manifestaría: “Lo que más me fascinó fue el hecho de que esa historia no sólo habla de la violencia, algo que se ve habitualmente en las películas, sino del legado de esa violencia, lo que pasa después, qué le hace a la gente, a la víctimas, a los familiares de las víctimas”. Y esas víctimas no son únicamente los muertos, sino también los propios asesinos.
Clave en este duelo es el recital interpretativo de los actores protagonistas: Liam Neeson y James Nesbitt. El sobrio Neeson –que en 1996 ya encarnó al político y líder del IRA Michael Collins– está excelente como el terrorista arrepentido; y el a veces histriónico Nesbitt, como el hermano-testigo, Joe Griffen, expresa asimismo con convicción su estado anímico.
Perfectamente ambientada, Cinco minutos de gloria ha sido también calificada como una película moral. Veamos, si no, lo que escribió el nuevo crítico de La Vanguardia, Salvador Llopart, sobre su voluntad de expresión: “El director sabe que los actos tienen consecuencias y los hombres, memoria. Sabe que la violencia nunca es gratuita, y además tiene la perspicacia de situar esa violencia en su momento y en su lugar, cuando los héroes de ayer pueden ser las víctimas de hoy. Sabe, en definitiva, que la venganza es un plato que se sirve frío o caliente, no importa, pero que al final acaba por atragantarse. A todos”.
El nuevo filme de Oliver Hirschbiegel es una obra notable, que provocará la reflexión crítica del espectador.
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