El famoso cómico y director neoyorquino acaba de estrenar su nueva película, Conocerás al hombre de tus sueños (2010), una aparente comedia de enredo que acaba en tragedia. Otra vez se asoma sarcásticamente para analizar y moralizar sobre la condición humana
Ciertamente, Woody Allen insiste, una y otra vez, en los mismos temas. Algunos críticos han afirmado que su último filme sabe a déjà vu. Como todos los maestros del cine, se repite continuamente: parece que siempre está haciendo la misma película. Pero no es así.
El cineasta estadounidense indaga de nuevo sobre las razones por las que se mueven sentimentalmente muchos ciudadanos contemporáneos; esta vez enclavados en Londres –como en su anterior trilogía, ya comentada, tras su fallido paréntesis en Barcelona–, pero con mentalidad muy próxima al mundo de su anterior película (Si la cosa funciona), donde retrata con mayor tino a los intelectuales judíos de la Gran Manzana.
No sé si cuando Allen sale del microcosmos de Manhattan acierta. Pero lo que sí hace es bucear sobre las incertidumbres de la sociedad actual a través de diversos personajes familiares. Aquí su alter ego es Anthony Hopkins, un septuagenario como él, que se divorcia de su mujer y se casa con una joven e inculta prostituta. Asimismo, la hija de ambos (espléndida la ascendente Naomi Watts) se prenda de su jefe, el director de una galería de arte londinense que encarna Antonio Banderas, y se divorcia de su infiel marido, que se va con una vecina jovencita, para darle “calabazas” aquél con su amiga pintora. Al final, la madre –que se cree a una pitonisa y piensa que ha sido reencarnada– se casará de nuevo con un bibliófilo viudo. De ahí que un reconocido colega catalán resumiera la trama así: “De no existir previamente, Se infiel y no mires con quién sería el título adecuado para este catálogo de adulterios e infidelidades, donde nadie (y la fauna es, como siempre, nutrida) escapa del pecado”. (Jordi Batlle Caminal, “Deliciosamente ácida”, en La Vanguardia, 27-VIII-2010, p. 30).
En fin, todo un triste panorama humano lleva a Woody Allen a replantearse la vida con un tono moralizante, que se acentúa en la medida que se ha hecho mayor: 74 años. El propio gran creador norteamericano se defiende diciendo: “Se puede decir que me ha salido una película triste. Porque de todos los personajes, sólo son felices los que se engañan a sí mismos”.
Y continúa, sintetizando su voluntad de expresión con estos términos: “Se puede llegar a la conclusión de que nada tiene sentido, y que no vale la pena vivir. Como yo a veces. Pero si ahora me pone una pistola en el pecho –contestó a un crítico en la rueda de prensa del Festival de Cannes, donde presentó You will meet a tall dark stranger, título original de esta penúltima obra (pues acaba de rodar otra cinta en París)–, yo insistiría para que no apretara el gatillo. Queremos vivir, a pesar de todo. Por eso pienso, y así lo explica el filme, que son más felices los que creen en algo: los que piensan que la vida tiene sentido”.
Allen vuelve a las tres constantes de siempre: sexo-amor, muerte-Más allá y Dios. Y aunque está algo más comedido explícitamente en la primera, aborda la segunda con cierta frivolidad, e insiste en la tercera, que parece ser su preocupación a medida que se acerca su futuro deceso. Veamos, si no, estas declaraciones: “Una vez tuve una larga charla sobre espiritualidad con uno de los grandes predicadores de mi país y al final me dijo: “Woody, aunque no fuera cierto, yo seguiría creyendo lo mismo porque soy más feliz”. Y decía al periodista: “Y ¿sabe qué? Creo que tenía razón. Son más felices los que creen en algo, en Dios, en los alimentos macrobióticos o en las enseñanzas del new age, a las que tan aficionados son en Estados Unidos”. Y en otra reciente entrevista, declaró:
“Yo me enfrento al misterio de la vida de forma extraña. Lo paso muy mal, y lo digo en serio. Sufro mucho, tengo mucha ansiedad y miedo y estoy realmente confuso. Y combato todo esto lo mejor que puedo; por eso trabajo mucho. Me ayuda y me distrae de los problemas reales. Cuando trabajo, mis problemas se centran en los actores, el guión, el vestuario... problemas más bien fútiles que, si no funcionan, tampoco sucede nada catastrófico. Cuando estoy en mi casa, pienso: ¡Dios mío, la vida es corta, terrible y triste y yo soy viejo!”.
Conocerás al hombre de tus sueños está brillantemente realizada. Se nota que hay un maestro tras la cámara: apenas se observa el tomavistas, los primeros planos y las miradas son claves en la narración y, sobre todo, la dirección de actores es excelente: un reparto coral, con montaje alternante, que capta al espectador. No obstante, el relato no entusiasma; logra interesar pero no arrastra, y tampoco está exento de cierta frialdad. Como si Allen no estuviera demasiado de acuerdo con la postura de cada cual. Eso me evoca una de sus frases humorísticas, que reproducía en mi libro Woody Allen, barcelonés accidental. Solo detrás de la cámara (2008): “Hoy en día, la fidelidad sólo se ve en los equipos de sonido”.
Por tanto, el tema de la infidelidad matrimonial aparece constantemente en esta película, como en algunas anteriores producciones. Recordemos que él mismo ha tenido cinco mujeres: tres esposas y dos parejas, sus antiguas "musas" y actrices Diane Keaton y Mia Farrow. En la antes citada entrevista, este viejo maestro del Séptimo Arte manifestaría con toda sinceridad su postura existencial:
“Es duro envejecer. Nadie quiere admitir que ya no es joven, pero el peligro es llegar a perder la cabeza por ello, el equilibrio mental. El ego masculino puede cegar y, literalmente, llegar al extremo de lo que le sucede a Alfie (Anthony Hopkins). El cree que por cambiar de mujer, comprarse un coche deportivo y practicar deporte va a evitar lo inevitable. Lamentablemente, no es así. Pero hay que admitirlo: envejecer es terrible. No encuentro ninguna ventaja. No te vuelves más listo, ni más sabio ni más amable. No sucede nada bueno. La espalda te duele más, tienes más indigestiones, pierdes vista y oído...”. Y concluye:
“Vamos por la vida de forma frenética y caótica, corriendo y chocándonos los unos contra los otros con nuestras aspiraciones y ambiciones, haciéndonos daño y cometiendo errores. En cien años ya no quedará nadie que nos haya conocido y todos los problemas, las crisis económicas, los adulterios y demás, no tendrán importancia. Eso: todo es furia y ruido y, al final, no significa nada. Mi filosofía de la vida es trágica y gris”. (Cfr. Cristina Carrillo, “La única forma de ser feliz es negar la realidad” (Entrevista con Woody Allen), en Magazine de ABC, núm. 1190, 15-VIII-2010, pp. 16-23).
En este sentido, cita la célebre frase de William Skakespeare con la que abre el filme en voz en off, y que completa dice: “La vida no es más que una sombra en marcha; un mal actor que se pavonea y se agita una hora en el escenario y después no vuelve a saberse de él: es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia, que no significa nada”. (Macbeth, acto V, escena V). Una obra del año 1606, de este gran maestro de la Literatura renacentista, que su discípulo Allen evoca ahora en una tragedia contemporánea, la cual entronca “con el clasicismo más puro –en palabras del referido Batlle Caminal– y la delicada escena de la joyería con Banderas y Watts, por ejemplo, podría pertenecer a una comedia sofisticada de George Cukor o Preston Sturges”.
Estamos, en definitiva, ante una obra cinematográfica un tanto menor, con diálogos y momentos muy inspirados, pero que no alcanza la singular genialidad artística de la que antaño hiciera gala Woody Allen.