Toledo, 2012.Un prestigioso biólogo, el cirujano Robert Legard, que perdió a su mujer tras un accidente y después a su hija —se suicidió al poco de ser violada—, quiere vengarse del joven que abusó de ésta, Vicente, secuestrándolo y cambiándole el sexo. No obstante, al inventarle una piel transgénica y crear un ser muy parecido a su fallecida esposa —quien se fugó antaño con el hermanastro de Robert—, acaba enamorándose de Vicente, ahora llamado Vera. Termina en tragedia.
Posiblemente, estamos ante el filme más pretencioso de Pedro Almodóvar. Calificado como morboso y retorcido por un sector de la crítica —la más dura vino del titular de El País, que lo denominó "La piel que evito"— y defendido por otros colegas, la última propuesta del más célebre cineasta español de la democracia es una mezcla de géneros: se mueve entre el cine de suspense, el thriller, la ciencia-ficción y el film noir, para concluir con un melodrama psicológico de autoafirmación sexual. El mismo director manchego, en su presentación en el Festival de Cannes’2011, manifestaría que se había inspirado en los clásicos de Fritz Lang, en Frankenstein, en Los ojos sin rostro de Georges Franju, o en el giallo de Dario Argento. Su filme recuerda también algunas cintas de David Lynch, Claude Chabrol y David Cronenberg, hasta Victor o Victoria y al Kill Bill del inefable Quentin Tarantino.
Película visceral y perturbadora, con elementos sadomasoquistas próximos al terror gore, La piel que habito es una adaptación libre de la obra de Thierry Jonquet, Tarántula, que Almodóvar acariciaba desde hace una década. Con cierta reflexión autobiográfica, en ese famoso certamen —donde se fue de vacío—, declararía ante la prensa internacional: "Hay una parte muy importante de mi trabajo que proviene del inconsciente. Hay muchas cosas de las cuales no soy totalmente consciente, que son irracionales y están en la película. No sé si me ha servido para hacer un exorcismo. Es, eso sí, una película muy deseada, mimaba el proyecto desde hace diez años. La he deseado profundamente, he disfrutado y estoy muy orgulloso. A la gente transexual no le voy a recomendar que la vea, porque la transexualidad está aquí utilizada como una sofisticada forma de venganza. Lo más terrible que existe es que te quieran cambiar, arreglar un error que ha cometido la naturaleza. Hay algo, que se llama, no sé, lo que sea, digamos alma, espíritu, algo intangible y muy difícil de definir a lo cual la ciencia no va a llegar".
Sin embargo, no todo el mundo ha visto igual la película. El ensayista cinematográfico Julio Rodríguez Chico, antropólogo del Séptimo Arte, la valoraría en estos términos: "En su nueva propuesta, Almodóvar arriesga y continúa moviéndose entre las formas esteticistas de unos interiores de exquisita decoración y una temática en que la pasión sexual o la violencia sádica se hacen tan enfermizas como explícitas y excesivas. Sin duda, sus mayores logros están en el apartado artístico y visual, con toda la fuerza de la música de Alberto Iglesias que se impone al resto de elementos a la hora de dar dramatismo a la cinta, junto a un diseño de producción que aporta un atrezzo y unas pinturas de significado metafórico, y a una fotografía de José Luis Alcaine que encuentra en los tonos fríos el caldo adecuado para servir una historia de dolor y venganza. El guión juega con varias líneas temporales para recomponer la tragedia familiar y dosificar la información que se da al espectador, y la historia discurre de manera clara a pesar de lo alambicado de una trama oscura que quiere atar todos sus cabos hasta rayar en lo imposible. En ese sentido, choca la esperpéntica subtrama carnavalesca, impostada y excesivamente forzada en su intento de apuntalar la tragedia, y que desentona respecto al tono grave y carente de humor del resto de la cinta. Guiños a la ideología de género y a la búsqueda de afectos donde los haya, superficial acercamiento a las cuestiones de bioética —con Prometeo en el horizonte y un científico que, de nuevo, quiere ser Dios— y a una identidad personal que se simplifica en lo físico y lo pasional, y obsesiva mirada a un mundo machista de padres frustrados y ausentes y madres sufridoras y luchadoras: nada nuevo en el mundo almodovariano. Con todo, el desenlace nos demuestra que el director ha permanecido en un terreno superficial, en la piel que recubre y en la que habita la película, pues esa fuerza íntima que clama venganza termina por imponerse a cualquier otra manifestación de afecto y humanidad —no sabemos si por culpa del yoga o del esteticismo—: en el dilema entre forma y fondo, triunfa lo superficial y lo visual frente a la hondura antropológica y humana, y nosotros nos quedamos tan fríos como esos cadáveres calcinados —o deprimidos— que nuestro protagonista no supo digerir, y que terminaron por encerrarle en una cárcel de autodestrucción".
Obviamente, Pedro Almodóvar juega con la fría interpretación de Antonio Banderas —el latin lover que lanzó hace años— y la elegancia de Elena Anaya, así como con la veterana profesionalidad de Marisa Paredes y la intensidad del joven Jan Cornet, para montar su nueva fábula. Pero todo ello no justifica un filme que atraganta el ánimo del espectador más indulgente y con un estómago acostumbrado a las películas indigestas.
Posiblemente, estamos ante el filme más pretencioso de Pedro Almodóvar. Calificado como morboso y retorcido por un sector de la crítica —la más dura vino del titular de El País, que lo denominó "La piel que evito"— y defendido por otros colegas, la última propuesta del más célebre cineasta español de la democracia es una mezcla de géneros: se mueve entre el cine de suspense, el thriller, la ciencia-ficción y el film noir, para concluir con un melodrama psicológico de autoafirmación sexual. El mismo director manchego, en su presentación en el Festival de Cannes’2011, manifestaría que se había inspirado en los clásicos de Fritz Lang, en Frankenstein, en Los ojos sin rostro de Georges Franju, o en el giallo de Dario Argento. Su filme recuerda también algunas cintas de David Lynch, Claude Chabrol y David Cronenberg, hasta Victor o Victoria y al Kill Bill del inefable Quentin Tarantino.
Película visceral y perturbadora, con elementos sadomasoquistas próximos al terror gore, La piel que habito es una adaptación libre de la obra de Thierry Jonquet, Tarántula, que Almodóvar acariciaba desde hace una década. Con cierta reflexión autobiográfica, en ese famoso certamen —donde se fue de vacío—, declararía ante la prensa internacional: "Hay una parte muy importante de mi trabajo que proviene del inconsciente. Hay muchas cosas de las cuales no soy totalmente consciente, que son irracionales y están en la película. No sé si me ha servido para hacer un exorcismo. Es, eso sí, una película muy deseada, mimaba el proyecto desde hace diez años. La he deseado profundamente, he disfrutado y estoy muy orgulloso. A la gente transexual no le voy a recomendar que la vea, porque la transexualidad está aquí utilizada como una sofisticada forma de venganza. Lo más terrible que existe es que te quieran cambiar, arreglar un error que ha cometido la naturaleza. Hay algo, que se llama, no sé, lo que sea, digamos alma, espíritu, algo intangible y muy difícil de definir a lo cual la ciencia no va a llegar".
Sin embargo, no todo el mundo ha visto igual la película. El ensayista cinematográfico Julio Rodríguez Chico, antropólogo del Séptimo Arte, la valoraría en estos términos: "En su nueva propuesta, Almodóvar arriesga y continúa moviéndose entre las formas esteticistas de unos interiores de exquisita decoración y una temática en que la pasión sexual o la violencia sádica se hacen tan enfermizas como explícitas y excesivas. Sin duda, sus mayores logros están en el apartado artístico y visual, con toda la fuerza de la música de Alberto Iglesias que se impone al resto de elementos a la hora de dar dramatismo a la cinta, junto a un diseño de producción que aporta un atrezzo y unas pinturas de significado metafórico, y a una fotografía de José Luis Alcaine que encuentra en los tonos fríos el caldo adecuado para servir una historia de dolor y venganza. El guión juega con varias líneas temporales para recomponer la tragedia familiar y dosificar la información que se da al espectador, y la historia discurre de manera clara a pesar de lo alambicado de una trama oscura que quiere atar todos sus cabos hasta rayar en lo imposible. En ese sentido, choca la esperpéntica subtrama carnavalesca, impostada y excesivamente forzada en su intento de apuntalar la tragedia, y que desentona respecto al tono grave y carente de humor del resto de la cinta. Guiños a la ideología de género y a la búsqueda de afectos donde los haya, superficial acercamiento a las cuestiones de bioética —con Prometeo en el horizonte y un científico que, de nuevo, quiere ser Dios— y a una identidad personal que se simplifica en lo físico y lo pasional, y obsesiva mirada a un mundo machista de padres frustrados y ausentes y madres sufridoras y luchadoras: nada nuevo en el mundo almodovariano. Con todo, el desenlace nos demuestra que el director ha permanecido en un terreno superficial, en la piel que recubre y en la que habita la película, pues esa fuerza íntima que clama venganza termina por imponerse a cualquier otra manifestación de afecto y humanidad —no sabemos si por culpa del yoga o del esteticismo—: en el dilema entre forma y fondo, triunfa lo superficial y lo visual frente a la hondura antropológica y humana, y nosotros nos quedamos tan fríos como esos cadáveres calcinados —o deprimidos— que nuestro protagonista no supo digerir, y que terminaron por encerrarle en una cárcel de autodestrucción".
Obviamente, Pedro Almodóvar juega con la fría interpretación de Antonio Banderas —el latin lover que lanzó hace años— y la elegancia de Elena Anaya, así como con la veterana profesionalidad de Marisa Paredes y la intensidad del joven Jan Cornet, para montar su nueva fábula. Pero todo ello no justifica un filme que atraganta el ánimo del espectador más indulgente y con un estómago acostumbrado a las películas indigestas.
De hecho, la Academia Española no envió La piel que habito a Hollywood para la selección del Oscar del presente año (prefirió Pa negre), y el sufrido público español le ha dado bastante la espalda.
Poco después del estreno en España, presentó la cinta en el Festival de Cine de Nueva York, donde también fue acogida con frialdad. Es más, el crítico del The New Yorker, David Denby se refirió a ésta como “un manual de técnica expositiva, todo artesanía y brillo, la menos disfrutable de sus obras, un film que es serio sin ser inteligente”; al tiempo que definía a Pedro Almodóvar como “el más espontáneo de todos los artistas de cine, pero que esta vez ha sucumbido al arte y los resultados son un plomo”. Mientras David Edelstein, de New York Magazine, opinaba que la cinta era “todo superficie”, añadiendo que “no es la peor de Almodóvar, pero la única en que el sentimiento, emocional o sexual, no envuelve la imagen y mantiene unido el destartalado melodrama”. Asimismo, Karina Longworth, del Village Voice, dijo que “se ha embarullado en la reinvención posmoderna del thriller y mata los placeres básicos del género”.