Reproduzco la presentación que hice en el anual cine-forum de las Jornadas Humanísticas, de El Grado-Torreciudad (Huesca), el pasado viernes, día 24 de agosto de 2012
Esta gran película minimalista será, para la mayoría, la primera toma de contacto con el cine de Finlandia, un país helado del norte de Europa que tan bien describió Ángel Ganivet -autor de la Generación del 98- en Cartas finlandesas.
El autor del film es Aki Kaurismäki (foto), que, con su hermano Mika, es un reconocido escritor y guionista, además de productor y director cinematográfico. Este maestro del Séptimo Arte está considerado como uno de los más importantes de Europa; con 25 películas en su haber, se le denomina el “cineasta de la posmodernidad”. Especialista en jazz y gran entendido en cine americano, su impronta creadora se ha hecho notar en otros autores vanguardistas (como Jim Jarmusch, Noche en la tierra; o el joven kurdo Hiner Saleen, Vodka Lemon). Aun así, con su hiperrealismo, su estilo artístico también está emparentado con Frank Capra, Robert Bresson, Vittorio de Sica, Jacques Tati e incluso con Buster Keaton. Y asimismo con el “realismo poético” de René Clair, Jean Becker o Marcel Carné y, más especialmente, con Marcel Pagnol.
El universo personal de Aki Kaurismäki es muy rico, lleno de humanismo y sentido del humor. Y el tono naïf y minimalista que le caracteriza como cineasta le lleva a tratar temas trascendentes con toda naturalidad y sencillez, provocando la reflexión y el placer estético del espectador cultivado.
Por tanto, estamos ante un autor comprometido con la realidad social de su país, pero que trasciende las fronteras finlandesas. Se vio claramente en su primera trilogía sobre la clase obrera (Sombras en el paraíso, 1986; Ariel, 1988; La chica de la fábrica de cerillas, 1990) y también en la segunda trilogía sobre el estatus actual de la sociedad finesa, que arrancó con esa obra maestra que es Nubes pasajeras (1996), siguió con Juha (1998) y culminó con otra pieza magistral: Un hombre sin pasado (2002).
Por tanto, estamos ante un autor comprometido con la realidad social de su país, pero que trasciende las fronteras finlandesas. Se vio claramente en su primera trilogía sobre la clase obrera (Sombras en el paraíso, 1986; Ariel, 1988; La chica de la fábrica de cerillas, 1990) y también en la segunda trilogía sobre el estatus actual de la sociedad finesa, que arrancó con esa obra maestra que es Nubes pasajeras (1996), siguió con Juha (1998) y culminó con otra pieza magistral: Un hombre sin pasado (2002).
Es más, su postura íntima la definió él mismo en estos términos: “El significado de la vida es adquirir una moralidad que respete la naturaleza y el hombre, y luego, seguirla”. Eso implica que su cine nos eleve, como espectadores, a la auténtica humanidad, y haga de Aki Kaurismäki un verdadero humanista del siglo XX y del nuevo milenio.
Le Havre (2011), realizada tras su otra joya artística que fue Luces al atardecer (2006), es la última película de este maestro finés, que vuelve a comprometerse con la realidad europea que le circunda en el siglo XXI. El propio director manifestaría así su voluntad de expresión: “El cine europeo no ha dedicado mucho tiempo a la creciente cuestión económica, política y, sobre todo, moral nacida a partir de la nunca resuelta crisis de los refugiados; unos refugiados que intentan entrar en Europa desde fuera y a los que trata de manera irregular y a menudo reprobable. No tengo una solución para el problema, pero quería enfrentarme al tema en esta película nada realista”.
Ciertamente, rodada en el puerto del Havre, esta coproducción franco-finlandesa ofrece un paisaje cotidiano un tanto intemporal, con cierto sentido del humor socarrón y sibilino, utilizando los colores puros -primordialmente, azul y rojo-, así como las miradas, los silencios y la elipsis para que el espectador intelectual sea co-creador y complete la historia.
Pero en El Havre, el maestro Kaurismäki toca el lema que puso de moda la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad. Y se centra en esta última en el barrio de pescadores de Le Havre, el puerto que está en la desembocadura del río Sena, en la Alta Normandía, a orillas del canal de la Mancha, camino de Gran Bretaña.
Perfectamente interpretada por el actor francés André Wilms, que ya había trabajado con Kaurismäki en tres películas, y su habitual protagonista, la finlandesa Kati Outinen -son muy importantes los actores secundarios galos-, nuestro cineasta prefirió realizar una fábula solidaria que va del cuento de hadas seudorrealista al melodrama totalmente serio pero a la vez entrañable.
A modo de homenaje también a los actores Jean-Pierre Léaud (el protagonista de Los 400 golpes y de tantas otras películas de François Truffaut) y el cómico Pierre Était, además del cantante rock Little Bob, asimismo conocido como Roberto Piazza, que era el Elvis de esa ciudad del blues y el soul, la cual ha sido denominada el Memphis francés.
En fin, todo un estudio de relaciones humanas, que culmina con un final sorprendente, acaso como premio a la generosidad y bondad natural de los protagonistas: esas clases populares de antaño que contrastan con el indiferente mundo de hoy. Un guiño al célebre happy end de Casablanca pone la guinda para los cinéfilos.