A los 106 años, ha fallecido el cineasta más
viejo del mundo: el portugués Manoel de Oliveira. Fue un maestro del Séptimo
Arte, que se ganó el respeto y la admiración de cinéfilos y profesionales. Como
católico que era, reflexionada sobre los grandes temas de la Humanidad. En
España, recibió el premio cinematográfico “Familia” por sus valores artísticos
y humanos.
Nacido en Oporto (11 de diciembre de 1908),
trabajó a finales de época muda y triunfó en la sonora y moderna. Su debut fue
con el documental Douro, faina fluvial
(1929-31), de 17 minutos de duración, cuya belleza plástica y voluntad
testimonial ya evidenciaban la categoría creadora de un autor que ha pasado a
la historia del cine con letras de oro. Tras esta obra magistral, Manoel de
Oliveira siguió como actor (A canção de Lisboa, 1933) y director de
largometrajes -su Aniki-Bóbó (1942)
está considerado como precursor del Neorrealismo-, para volver a la realización
en los años sesenta (Acto de primavera
y A caçá, ambos de 1963) hasta
transformarse en uno de los cineastas más importantes de la última década del
siglo XX y principios del tercer milenio. Y ahí están estos títulos para
demostrarlo: A Divina Comédia (1991),
El valle Abraham (1993), A caixa (1994), El convento (1995), Viaje al
principio del mundo (1997), La carta
(1999), Vuelvo a casa (2000), El principio de la incertidumbre (2002),
Una película hablada (2003), El espejo mágico (2005) o El extraño caso de Angélica (2009), por
no citar más.
Estudioso de la unidad entre el lenguaje
escénico y fílmico -hablaba del “cine como preservación audiovisual del teatro”,
y su cinta Los caníbales (1988) dio
lugar a una ópera-, sería valorado como vanguardista y clásico a la vez. Con
una planificación muy estática, cabe considerarle también un heredero de los
maestros Flaherty, Dreyer, Bergman y Buñuel. Su obra fue más prolífica en los
últimos años: casi un film anual, pese a la edad, hasta 62 como director.
Oliveira está reconocido como un maestro del cine europeo, desde su “tetralogía
de los amores frustrados” (O pasado e o
presente, Benilde ou a Virgem-Mae
y Amor de perdição) a sus premiadas películas en
los festivales internacionales (Le
soulier de satin recibió el “León de Oro” de la Mostra de Venecia).
Seriamente preocupado por la condición humana, había manifestado: “Lo que mejor
podría venir es lo que más falta hace ahora: respeto y amor al prójimo y a la
humanidad. Y respeto y amor por la naturaleza. La técnica ha sustituido a la
realidad”.
Elegante y no exento de un agudo sentido del humor, Manoel de Oliveira ha cultivado la comedia negra, ofrecido parábolas sobre el cielo y el infierno, y su cine -discursivo y de hondo cariz intelectual- posee dos temas recurrentes: el desengaño y la tentación. Hollywood se olvidó de él en los Oscars, pero habrá recibido el más preciado galardón en el Más allá por un trabajo bien hecho.
Elegante y no exento de un agudo sentido del humor, Manoel de Oliveira ha cultivado la comedia negra, ofrecido parábolas sobre el cielo y el infierno, y su cine -discursivo y de hondo cariz intelectual- posee dos temas recurrentes: el desengaño y la tentación. Hollywood se olvidó de él en los Oscars, pero habrá recibido el más preciado galardón en el Más allá por un trabajo bien hecho.
(Publicado en www.cinemanet.info, 8-IV-2015)
No hay comentarios:
Publicar un comentario