Ayer tarde se estrenó en las principales capitales españolas la película de Jay Roach, Trumbo: La lista negra de Hollywood, un excelente biopic sobre el "oscarizado" guionista Dalton Trumbo, que evidencia muy bien el drama de la "caza de brujas" estadounidense, especialmente centrada en la Meca del Cine. Pero para entender mejor este film, me ha parecido oportuno resumir el tristemente célebre "maccarthismo".
Durante la década de los cuarenta, el clima de posguerra en los Estados Unidos y el nunca bien
mirado cine de crítica social –especialmente el film noir– hicieron que Hollywood fuera "purgado"
por el gobierno más liberal y democrático del mundo.
El 12 de marzo de 1947 se proclamó la Doctrina Truman, la cual venía a ser una declaración de guerra total al comunismo. Nueve días más tarde, el presidente dictaba el programa de lealtad de empleados federales. Este programa convertía automáticamente en sospechosos a un millón y medio de funcionarios, ya que se consideraba prueba de deslealtad "ser miembro de, estar afiliado a, o simpatizante con cualquier organización, asociación o grupo, movimiento o unión, de personas consideradas totalitarias por el fiscal general".
La obsesión por la lealtad y el americanismo llegó a implicar al mismo presidente USA, a quien el fiscal general acusó de deslealtad con motivo del asunto del espía Harry Dexter White. El proceso se convirtió casi en una paranoia: "¿Quién investiga al hombre que le investiga a usted?, preguntaba un folleto. (Pero el presidente Harry Truman se negó a comparecer ante el Comité del Congreso).
Así, el senador republicano Joseph McCarthy emprendió la
tarea de investigar la posible infiltración comunista en la intelectualidad del país,
extensiva a la Meca del Cine, y organizó el célebre Comité de Actividades
Antiamericanas (HUAC), entonces presidido por J. Parnell Thomas –que sería más
tarde procesado por impago de impuestos– y el también republicano Richard Nixon, quien llegaría a la
Casa Blanca.
Este Comité tuvo como precedente la llamada Comisión Dies, que acusó a cuarenta personalidades del cine norteamericano años antes. Y saltó a primera
página de todos los diarios cuando el 25 de septiembre de 1947, cuando diez de los encausados se negaron a declarar acogiéndose a la 5ª enmienda de la Constitución USA.
Conocidos como los "Diez de Hollywood",
estos cineastas fueron los directores Edward Dmytryk y Herbert Biberman; los
guionistas Alvah Bessie, Lester Cole, Ring Lardner Jr., John Howard Lawson,
Albert Maltz, Samuel Ornitz y Dalton Trumbo; y el productor Adrian Scott, de
los cuales sólo unos pocos tenían el carnet del Partido Comunista. Como su apelación fue rechazada, algunos fueron condenados en 1949 a un año de cárcel y
mil dólares de multa; entre ellos, el protagonista del film hoy en cartel.
Se iniciaba entonces un clima de miedo –que
coincidía con el "terror rojo" de la llamada Guerra Fría y el conflicto de Corea–, cuya
atmósfera fue reproducida en diversas películas salidas de los estudios de Hollywood, como Encrucijada de odios (Dmytryk, 1947), La barrera invisible (Kazan, 1947), El político (Rossen, 1949), Un rayo de luz (Mankiewicz, 1950) y El pozo de la angustia (Rouse-Popkin, 1951); otras eran críticas y parábolas sobre la situación creada y la crisis moral que reinaba en aquellos años: Cayo Largo (Huston, 1948), Pánico en las calles (Kazan, 1950), El brazo de la muerte (Siodmak, 1949), Brigada 21 (Wyler, 1951), Sobornados (Lang, 1952), Solo ante el
peligro (Zinnemann, 1952), Johnny Guitar (Ray, 1953), La sal de la tierra (Biberman, 1953), o Manos peligrosas (Fuller, 1953), todas plenas de simbología.
Fue una insólita "caza de brujas" –como se
la ha denominado y ha pasado a la historia– encaminada, infructuosamente, a ahogar la toma de conciencia de
cierto número de cineastas de cara a los problemas mundiales del momento, desde
una perspectiva crítica y fuera de las convenciones de los tradicionales géneros
hollywoodienses. Así, el llamado "maccarthismo" –aunque el referido senador y abogado de Wisconsin intervino directamente poco en los procesos– llevó a unos a denunciar a sus
colegas, e incluso a la delación –casos de Edward G. Robinson (que al principio les protegió económicamente), el encausado Edward Dmytryk y Elia Kazan (éste intentó justificarse con su film La ley del silencio, en 1954), por ejemplo–, a
otros les obligó a huir del país; a la vez que frustró a artistas como Jules Dassin o
Abraham Lincoln Polonsky –por no citar más– y envió al exilio a cineastas como
John Barry y Joseph Losey. Este último emigró a Italia para establecerse en
Inglaterra y desarrollar –primero bajo seudónimo– un personal estilo creador
que acaso en Hollywood se hubiera visto coartado por la "caza de
brujas" y la propia dinámica producción.
De hecho, la HUAC se disolvió con la muerte
de McCarthy, desautorizado por el Senado USA en los años del presidente Eisenhower, cuando en su obsesiva campaña también quiso investigar a los militares, meterse con el Ejército. Pero según los especialistas, se calcula que unas 320 personas se vieron afectadas directamente por esta
"purga" americana, sin considerar con los llamados "testigos de cargo" o declaraciones amistosas, como el director Sam Wood y los actores Adophe Menjou, Robert Taylor o Gary Cooper, quien declararía ante el tribunal que "por lo que sé de él (el comunismo), puedo decir que no me gusta nada"; junto a artistas como Walt Disney y Robert Montgomery que asimismo dejaron oír su voz, mientras John Garfield murió de un infarto antes de ir a declarar, sin contar los muchos que perdieron su trabajo despedidos por las presionadas majors. El Sindicato de Actores, con John Wayne al frente y la periodista Hedda Hopper, tuvieron bastante que ver,
Con todo, las "listas negras" (blacklist) siguieron ejerciendo una
función represiva entre los cineastas encartados y autores sospechosos hasta los años setenta; como se aprecia por la tragedia personal de Dalton Trumbo, que tuvo que firmar bajo seudónimo guiones que recibieron los Oscar de Hollywood.
No se pierdan, pues, este gran film biográfico y testimonial; como en su día fue Good Night, and Good Luck (Clooney, 2005). En su discurso final, el propio Tumbo –perfectamente encarnado por el actor Bryan Cranston– habla de que no hubo víctimas ni verdugos, porque todos fueron víctimas, especialmente las familias de los blacklist, como la suya. Pero en esa larga y denodada batalla ganó la libertad.