Uno
de los cineastas más relevantes del Joven Cine español del nuevo milenio,
Gustavo Ron, nos ha sorprendido con su tercer largometraje de ficción.
Una
valiosa película que vale la pena visionar
My Bakery in Blooklyn
(2016) es una coproducción hispano-norteamericana bastante alejada de las
comedias del cine español en boga, donde la sal gruesa, el mal gusto y la falta
de ingenio creador son características habituales.
Gustavo Ron (Madrid,
1972), que se diplomó en London International Film School y rodó en inglés su
segunda película, Vivir para siempre (Ways
to Live Forever, 2010), continúa con esa puesta en escena que le
singulariza como autor: un guión original perfectamente estructurado, una
cuidada fotografía y de alta calidad estética, una banda sonora y musical
excelente o, sobre todo, la frescura y espontaneidad de los jóvenes intérpretes,
con personajes muy bien construidos, lo cual que manifiesta su dominio en la
dirección de actores y en la medida concepción fílmico-creadora.
Veamos, si no, cómo ha valorado
este film una pedagoga cinematográfica, la profesora María Ángeles Almacellas: “Mi panadería en Brooklyn es una comedia coral, que, alrededor del
divertido conflicto por la supervivencia de la panadería –con escena de lucha
de tartas incluida–, desarrolla tres chispeantes historias de amor. Pero, como
cabía esperar del Gustavo Ron de
Vivir
para siempre, la película tiene un fondo que da que pensar, si bien, en
este caso no con lágrimas sino con sonrisas. Vivian comprende tarde el
significado del ruego de amor de Isabelle, con la gravedad que le confiere el
instante del último hálito de vida. Lo que da fuerza para resistir los embates
y las contrariedades no es la mera suma de fuerzas, ni lo que da sentido a la
vida es marcar líneas divisorias entre las personas, sino la unión personal,
las relaciones humanas cálidas y generosas. El egoísmo y el egocentrismo son
destructivos y llevan a la confrontación, aunque sea a tartazo limpio; la
generosidad de pensar en el otro inunda el entorno de alegría y felicidad. Sin
embargo, no se trata de una película ‘moralizante’, sino sencillamente una
historia con fondo humano, al más puro estilo del cine de Capra. La conclusión
no está en el film, sino en el espectador. El guion tiene, además, un punto de
locura y una gran dosis de magia, que le da un aire de sugestivo cuento de
Navidad. Por otra parte puede recordarnos a Ernst Lubitsch –también la tienda hace esquina– y hasta
a Woody Allen rindiendo
homenaje a su ciudad. Pero, sobre todo, es un canto de amor de Gustavo Ron al cine, al hombre, a
la vida”.
Personalmente, he visto en el tercer largometraje de Gustavo Ron una
continuidad estilística con su asimismo valorada ópera prima, Mía
Sarah (2006), pero aquí mucho más depurada y madura. Estamos ante un auténtico
cinéfilo –de ahí que esta cinta resulte un tanto minoritaria–, cuya realización
no sólo me ha evocado el cine de Frank Capra, sino la obra etnográfica y de
estudio de mentalidades de Éric Rohmer y hasta a un Woody Allen ingenioso pero en
positivo, con un toque macrabro a lo Hitchcock. Además, el film posee cierto
carácter autobiográfico o, al menos, como recuerdo de la labor de su autor en
la hostelería, de la que procede por tradición familiar.
No obstante, dejemos hablar a Gustavo Ron: “Nací en una familia de
hosteleros y he aprendido desde pequeño el negocio de los restaurantes, los
hoteles, las panaderías y las cafeterías. Mi vida siempre ha estado vinculada a
la hostelería de la misma forma que lo está al cine. Siempre he entendido ambos
negocios de una forma similar. He trabajado en cocina y en sala, como camarero
y ayudante de cocina. Conozco personalmente la gestión de un restaurante y de
una panadería. He dirigido varios y he llegado a abrir mis propios negocios;
conozco el éxito y el fracaso. Viví en primera persona la apertura de la
primera panadería ‘gourmet’ en Barcelona. Si sustituyen las palabras ‘hostelería’,
‘restaurante’, ‘hotel’ o ‘panadería’ por ‘producción’, ‘película’ o ‘director’,
el resultado seguiría siendo mi historia, pero esta vez en el capítulo
cinematográfico. Este quizá es el motivo principal por el que creo que he
podido aportar muchísima experiencia personal a Mi panadería en Blooklyn”.
Rodada en excelentes escenarios naturales neoyorquinos –junto al famoso
puente de Brooklyn– y finalmente en Valencia, con unos actores excepcionales,
especialmente las tres principales protagonistas, Aimee Teegarden, Krysta Rodríguez
y Blanca Suárez, con sus “partenaires”, posee una espléndida factura artística
que puede hacer de este film una cult
movie. Como algunas películas de Isabel Coixet –otra representante del
Joven Cine español–, realizadas también en inglés y en el extranjero, nadie
diría que My Bakery in Brooklyn está concebida y dirigida por un autor
autóctono.
En definitiva, Mi panadería en Blooklyn es mucho más que una simpática comedia
coral, romántica y sentimental; va dirigida a los amantes del buen cine, une lo
clásico con la modernidad y logra que el espectador reflexione libremente y salga
feliz de la sala de proyección. Es obvio que ésta es otra de las voluntades de
expresión del propio Gustavo Ron: “Es una película para relajarse y disfrutar,
para reírse y relamerse. Estoy seguro de que la gran mayoría de gente que vaya
a verla saldrá con unas ganas locas de regalarse un dulce para saborear el
recuerdo de la película de vuelta a casa”.
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