Considerada como una
de las películas más religiosas de los últimos tiempos –junto con Silencio de Martin Scorsese–, se trata de una película del género bélico con un claro contenido espiritual.
Mel Gibson solo detrás de la cámara
Este famoso actor y premiado
realizador (Nueva York, 1956) ya fue objeto de un amplio comentario con motivo de La Pasión de Cristo (2004), también solo dirigida y no interpretada
por él. En la década anterior había sido “oscarizado” por Braveheart (1995), y antes de entrar en una crisis personal realizó
Apocalypto (2006) sobre el Imperio
Maya. Su estilo y postura radical se llevó muchas críticas, pero todos
reconocieron que sabe hacer cine de veras.
Ahora lo ha demostrado de nuevo con Hacksaw Ridge (2016) –título original–, donde cuenta la verdadera
historia de Desmond Doss, un joven protestante, de la iglesia adventista del
Séptimo Día, que se alista al Ejército estadounidense tras el ataque a Pearl
Harbor por patriotismo.
Un biopic sobre un
objetor de conciencia
Todo el cine dirigido por Mel
Gibson posee un mensaje cristiano comprometido. En este caso, iniciada la
intervención norteamericana en la Segunda Guerra Mundial, el soldado Doss plantea
en el campamento su objeción de conciencia, que solo irá a la conflagración
bélica para salvar vidas, como ayudante del servicio de sanidad. Actitud que
crea una conmoción en la compañía a la que ha sido destinado, y está a punto de
ser expulsado del Ejército USA.
Esas primeras secuencias de formación en el campamento de
instrucción son deudoras de La chaqueta
metálica (1987), de Stanley Kubrick; pero se hace hincapié en el conflicto
religioso de este joven campesino de la América profunda –influido por un padre
borracho, traumatizado por la Primera Guerra Mundial– con la estricta normativa
del Código de Justicia Militar, que finalmente le da la razón a Desmond Doss a
través de la Constitución estadounidense.
Quien ha tratado con tino el
problema de la objeción de conciencia en este importante film es la crítica de
cine Lourdes Domingo –profesora de la Universitat Internacional de Catalunya
(UIC)–, cuyo comentario que reproducimos a continuación:
“Esta
trama, basada en hechos reales, dibuja muy bien el papel fundamental de la
objeción de conciencia en una sociedad que quiere ser moderna y valiente y
sobre todo que quiere progresar. Como se trasluce en esta historia, respetar
ese derecho no solo beneficia al sujeto que quiere ejercerlo sino que, a pesar
de los disgustos que le acarrea al inicio, se convierte en el modo más eficaz
de salvar vidas, de hacer más humano y digno el entorno de convivencia y de
agitar, en positivo, otras conciencias para que sean más sensibles hacia el
cariz negativo de la violencia”.
Obra maestra del cine bélico
Asimismo, Hasta el último hombre ha sido considerada por un amplio sector de
la crítica como una obra maestra del género bélico. En las secuencias de guerra
bebe de la también magistral Salvar al
soldado Ryan (1998), de Steven Spielberg y, si me apuran, de La delgada línea roja (1998), de
Terrence Malick, en relación a la violencia y al pacifismo que a la vez plantea
el film.
Aficionado Gibson a las escenas violentas, muchas veces
atroces, en su afán de condenar la guerra no escatima sangre e imágenes
sobrecogedoras. Veamos como lo comenta el especialista en cine espiritual Peio
Sánchez:
“El
la segunda parte hay que resistir el vómito. La acción nos lleva a la batalla
de Okinawa. 250.000 muertos entre las tropas del Pacífico de EE. UU., los
soldados japoneses y sus habitantes. En pleno frente para tomar la colina de
Hacksaw, se encuentra Doss y su compañía. Allí los vemos despedazados,
desventrados, mutilados, desfigurados. Sangre y fuego. Alaridos y espasmos.
Rabia y dolor. Violencia hasta la médula, literal. Y el bueno de Doss recogiendo
uno a uno a los heridos, cuando todos se retiran; el pretendido cobarde muestra
su valor trascendente. Recoge incluso a los enemigos. Lo fuerte es que se trata
de una historia real. Una batalla inútil, la guerra terminaba unos días después
con el bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki.
Gibson
tiene la fuerte convicción de que el ser humano es profundamente violento y
este pecado cainita solo Dios lo puede redimir. Por eso planta la Biblia en
mitad de la batalla. La épica del drama bélico al servicio del mensaje
religioso”.
Ciertamente, Mel Gibson incide en la violencia con una
finalidad eminentemente pacifista –como hicieron hace una década los citados
Spielberg y Malick–, para demostrar al público actual y a los jóvenes la maldad
de toda acción bélica. Y, al mismo tiempo, como pueden aparecer los
sentimientos más nobles en plena batalla. Desmond Doss fue un héroe de la II
Guerra Mundial, como se nos recuerda con imágenes documentales antes de los
títulos de crédito finales, con testimonios también de sus jefes y compañeros.
Su sufrida esposa (espléndida la bella Teresa Palmer) murió en 1991, y él
(excelente y creíble la interpretación del Andrew Garfield, también
protagonista de Silencio) falleció el
año 2006; no pudo gozar de su biopic
y confirmar si realmente fue así, tal como lo relata el guión original.
Es posible que se haya exagerado su heroísmo a la
secuencia final, cuando vuelve a la lucha aunque es el sabbath que lo prohíbe su religión, porque se lo piden sus
compañeros. No obstante, para comprender a esta figura volvemos a citar al
profesor de teología Peio Sánchez:
“El
personaje de Doss es un loco de Dios. Personajes excéntricos y extravagantes
nos hablan de Dios en medio de las difíciles condiciones humanas. Son en general apocalípticos, ya que muestran que, cuando la razón humana está definitivamente
perdida, queda la acción sorprendente de Dios”.
Con todo, con un presupuesto de 40 millones de dólares,
rodaje en exteriores australianos y en Nueva Gales del Sur, hay que reconocer
que Gibson ha dado a luz un film pacifista de gran categoría artística. Ahora
esperamos que vuelva a sentar la cabeza en su vida y creencias personales.