James Dean y Natalie Wood, en Rebelde sin causa (1955)
Estos últimos días ha salido una
información en la prensa española que ha sorprendido a muchos: la iniciativa de
la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España de incluir
como asignatura optativa en el sistema educativo del país el séptimo arte autóctono.
La propuesta, que se elevará al
Ministerio de Educación, incluye el visionado de 30 películas españolas. El
actual Director general de nuestra Academia, Joan Álvarez, ha manifestado que
si un alumno de 16 años está obligado a saber quiénes eran Pablo Picasso y
Salvador Dalí, ¿por qué no explicarles quiénes eran Luis Buñuel o Luis García
Berlanga? El proyecto es “formar a las próximas generaciones de espectadores
para que lleguen a sentirse orgullosos del cine que se hace en España”. Además
de esos 30 filmes clave que deberían ver “de manera incontestable”, se añade
que los profesores deberán instruir a los estudiantes sobre “los principios de
la cinematografía, su historia y las diferencias entre las formas de rodar y montar
en Hollywood, Europa, Rusia o Bollywood”.
Ante este ambicioso proyecto, han
surgido voces que lo han puesto en tela de juicio: de momento, uno de los críticos de cine
de La Vanguardia, Salvador Llopart, y
el escritor Joan de Sagarra. Dice el primero: “El cine no
debería ser nunca vivido como un castigo. Y mucho menos como una obligación. Uno
teme que cualquier película vista por obligación, en la escuela, pueda tener un
efecto contrario al deseado (…) Brindar información en la escuela, crear
oportunidades, fascinar con ciertos directores: maravilloso. Pero habría que
evitar sentar cátedra y convertir el cine en un arte esclerótico” (11 de julio).
Mientras el segundo ratifica: “Huelga decir que estoy de acuerdo con las
palabras de Llopart. Pero voy más lejos: ¿quién escogería esas 30 películas
españolas a visionar en los colegios ‘de manera incontestable’? Los señores de
la Academia, profesionales del cine? Pues estamos apañados, con el cariño que demuestran
esas criaturas entre sí…” (16 de julio).
Ahora entro yo en la polémica.
Desde hace muchos años, hemos hablado del cine como una “asignatura pendiente”
en la educación española, cuando en Francia se enseñaba en los liceos desde los
años 50, en Cataluña desde los años 60-70 -personalmente fui uno de los
profesores en varios colegios, siguiendo las enseñanzas de mi maestro Miquel
Porter, el pionero-. Pero no empleábamos sólo cine español, sino obras maestras
del séptimo arte para enseñar a los alumnos a valorar las películas y sus
autores, los diversos movimientos y la historia, además de hacer hincapié en el
lenguaje fílmico y el sentido crítico en el análisis de los filmes.
Reducir el proyecto al cine
español -que tan limitada aceptación posee entre el gran público- podría ser un
fracaso o, al menos, contraproducente. Obviamente, en el programa deberían estar títulos
como Surcos, ¡Bienvenido, Míster Marshall!, Calabuch,
Muerte de un ciclista, Calle Mayor o El verdugo, junto a El
espíritu de la colmena, El Sur y Los santos
inocentes; pero también filmes tan importantes como El gran dictador, Las uvas de
la ira, Ciudadano Kane, Roma, ciudad abierta, Los mejores años de nuestra vida, Ladrón de bicicletas, El tercer hombre, Rebelde sin causa, Los
cuatrocientos golpes…, donde el espectador adolescente sabría valorar el
arte cinematográfico en su contexto histórico, enseñarle la sintaxis y los
distintos estilos, además de enriquecerse como persona y futuro público de buen
cine, sea español o extranjero.
Por supuesto, estamos abiertos a
colaborar con ese ambicioso proyecto oficial, iniciativa de la Academia
Española, que deberíamos estudiar seriamente y consensuar.
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