NO SE PUEDE PASAR LA LÍNEA: MATAR JAMÁS SALE GRATISEstamos ante la tercera obra realizada en Londres, que fue presentada en Asturias poco antes de concluir el rodaje en la Ciudad Condal de
Vicky Cristina Barcelona, última película dirigida y no protagonizada por Allen. Pero antes del esperado estreno de este primer filme producido en España por Mediapro, llega a las pantallas mundiales el final de la llamada “trilogía londinense”.
Exhibida fuera de concurso en el Festival de Venecia, el genial realizador neoyorquino “intuye el dolor en el mundo pero, cuando, como cineasta, se pone serio para contarlo, el resultado suele ser inferior a cuando se decanta por la comedia. Él mismo ha dicho muchas veces que hubiera querido ser Ingmar Bergman, pero está condenado a ser Woody Allen”. (Cfr. crónica de la
Mostra de Venecia por Salvador Llopart, en
La Vanguardia, 3-IX-2007).
En efecto,
Cassandra’s Dream narra la historia de dos hermanos –¿Caín y Abel?– ante el dilema de matar a un hombre y el remordimiento de sus condenables acciones. Pertenecientes a la clase obrera británica, se endeudarán para comprar el velero que da título al filme. Así, el apuesto Ian (Ewan McGregor), fracasado en los negocios, se prenda de una jovencísima y bella actriz, Angela (Hayley Atwell); mientras Terry (Colin Farrell), mecánico y con pareja, está atrapado por el alcohol y el juego. Ambos claudican ante el chantaje de su tío Howard (Tom Wilkinson, que realiza una breve y gran interpretación), muy rico pero en peligro de acabar en la cárcel, quien les promete a cambio ayudarles económicamente y promocionar a Angela en Hollywood. Una maraña de compromisos les conducirá al premeditado asesinato, que aflorará los fantasmas de los protagonistas y su catadura moral.
“La muerte es un instrumento fundamental en la narración desde hace siglos –manifestaría Woody Allen, en Venecia’2007–, desde los griegos hasta Shakespeare y Arthur Miller. Te permite explorar las posibilidades dramáticas y mantener la atención del espectador. Y matar es una acción extrema que obliga a visitar rincones oscuros del alma”.
Como en su magistral
Delitos y faltas,
El sueño de Casandra profundiza en el sentimiento de culpa y en el castigo. Casi dos décadas después, el mismo realizador volvería a insistir en un tema que parece preocuparle sobremanera: “Creo que la vida es esencialmente trágica, pues acaba mal. Pero también proporciona momentos divertidos que hay que saber aprovechar. A veces las dos opciones van juntas y, depende de cómo lo mires, la cosa es triste o cómica. Puede ser como las dos caras de la misma moneda: si se exagera, da lugar a situaciones divertidas. Pero si la culpa te la tomas en serio, la perspectiva cambia. En este caso, quería explicar la historia de dos jóvenes muy agradables que acaban siendo víctimas de su ambición y sus debilidades”.
Menos brillante y contundente que las anteriores
Match Point y
Scoop, Woody Allen demuestra que sigue en forma detrás de la cámara. Con un sólido y bien estructurado guión, por primera vez analiza la clase obrera y, al mismo tiempo, crítica con agudeza el mundo del espectáculo. Aunque –como escribe el crítico Salvador Llopart, en su citada crónica veneciana– en
El sueño de Casandra “Allen se lo toma todo muy en serio. Demasiado, quizá, para una historia engordada, en exceso alargada, que, cuando estalla en tragedia, concluye con precipitación, sin dejar que ese drama intuido fluya entre sus protagonistas”.
Más interesante resultan los otros temas que se plantean en esta película: la ambición extrema y la ambigüedad moral. Sin llegar tan lejos como en la análoga
Match Point, Woody Allen explora la vida cotidiana inglesa –¿lo hará también con la barcelonesa?– y profundiza en las miserias de la condición humana.
Con reminiscencias de la Tragedia griega y de nuevo del
Crimen y castigo de Dostoiesky, un especialista en Literatura inglesa –el profesor Fernando Gil-Delgado– la valoraría así: “Es una película donde Woody Allen vuelve a plantear los temas del delito y la culpa, la conciencia y la existencia de Dios y de un más allá después de la muerte. Pero esta vez –más vale tarde que nunca– se toma el asunto totalmente en serio, aparca el estilo didáctico, el que hacía chistes fáciles sobre temas profundos para Diane Keaton, y comienza de nuevo, buscando una respuesta. (...) La historia es una invención y puede no agradar a mucha gente: por una parte está esa falta de humor de que hablábamos, falta grave si el espectador espera que lo haya; por otra está esa desconcertante fatalidad que mueve los hilos, a la que ya no estamos acostumbrados; finalmente la fotografía apagada de Vilmos Zsigmond contribuye a la impresión de obra fallida. Sin duda,
Cassandra's Dream no es tan acabada como las dos anteriores, pero mucho más seria y honrada de planteamientos y, con todo, obra notable.” (
Aceprensa, 9-X-2007).
Ciertamente,
El sueño de Casandra es un “rizar el rizo” –Allen, como todo autor que se precie, parece hacer siempre la misma película–, pero no una pieza menor en su filmografía como director y guionista. Es muy posible que el maestro estadounidense esté un tanto agotado –un filme por temporada quizá resulte mucho a los 72 años–, aunque no en crisis como creador.
En
Cassandra’s Dream vuelve a las constantes evidenciadas en su obra: sexo-amor, muerte y Dios. Aquí la relación entre el amoral Ian y la frívola Angela pasan del mero sexo explicitado pero cuidado por la elipsis al enamoramiento. El tema de la muerte está planteado con cierta profundidad, así como el de la existencia de Dios y el castigo por saltarse su ley, manifestado por el personaje de Terry. Asimismo, la Mafia –invocando a la familia y sus intereses– es vapuleada subrepticiamente.
Woody Allen avanza, pues, con respecto a
Match Point, donde todo dependía del azar y el asesino quedaba sin condena, y también con relación a
Delitos y faltas; aunque –todo hay que decirlo– su nueva fábula no esté a la altura estética de estas cintas.
Sin embargo, en
Cassandra's Dream se plantea, como tema central, la conciencia y su origen trascendente. El transgredir el
No matarás del Decálogo desencadena un dilema moral y una doble respuesta personal que acaba en tragedia. Como sentencia el propio Terry, "no se puede pasar la línea": matar jamás sale gratis. El fin nunca justifica los medios. Además, el filme muestra el enfrentamiento del éxito social (dinero, poder) con el bien-ser moral, la tensión entre el deber-ser y las tentaciones del mundo actual que, bajo los oropeles del cambio, sigue siendo el de siempre. Caín y Abel, en estado puro.
(En mi libro, de próxima aparición,
Woody Allen, barcelonés accidental. Solo detrás de la cámara, 2008).