martes, febrero 26, 2008

UNOS "OSCAR" PREVISIBLES, PERO JUSTOS


Bardem dedicó su merecida estatuilla al cine español

La 8O ceremonia del codiciado premio “Oscar” de la Academia de Hollywood se celebró el pasado domingo con el esplendor acostumbrado. La vieja Meca del Cine ha demostrado, una vez más, que sabe adaptarse a los nuevos tiempos. Los principales Academy Awards han sido para los vanguardistas e "indie" hermanos Coen, Joel y Ethan, que son un cinéfilo y filósofo de carrera.

En efecto, No es país para viejos se ha llevado un palmarés que era previsible: Mejor película, mejor director, mejor guión adaptado y mejor actor de reparto, nuestro Javier Bardem. El film de Joel y Ethan Coen es un prodigio de puesta en escena. Por eso me parecen justos los cuatro Oscars concedidos. Más discutible es el guión adaptado, pues muchos espectadores quedan un tanto defraudados con su final; no obstante, respeta el espíritu de la novela de Cormac McCarthy. Se trata de un thriller fronterizo, en la mejor línea de las obras de este binomio creador, que vale la pena visionar. Y Bardem borda su papel de asesino psicópata. Este nuevo Paco Rabal del cine español brindó la preciada estatuilla a los cómicos, especialmente a su familia y a nuestra pobre industria autóctona.

Otro cineasta vanguardista, Paul Thomas Anderson (el autor Magnolia), acaso tan innovador y amante del Séptimo Arte como los hermanos Coen, fue reconocido por su realización de Pozos de ambición; aunque él no se llevó el Oscar, sí el gran protagonista del film, Daniel Day-Lewis (que ya había ganado la estatuilla dorada hace una década por Mi pie izquierdo), así como el director de fotografía de esta importante película, Robert Elswit. Una obra que evoca un período de la historia de Estados Unidos. Aun así, la perdedora de esa noche fue la británica Expiación, de Joe Wright, que sólo se llevó el premio a la Mejor banda musical; mientras Once fue premiada por su canción Falling Slowly, y Juno ganó el Oscar al Mejor guión original.

Por otra parte, otro film tan innovador como Michael Clayton, de Tony Gilroy, se tuvo que conformar con la estatuilla a la Mejor actriz de reparto, Tilda Swinton; y el también vanguardista Tim Burton sólo se llevó una estatuilla dorada por su musical gótico Sweeney Todd. El barbero demoníaco de la calle Fleet: Mejor dirección artística, para Dante Ferreti y Francesca Lo. Otra europea obtuvo el codiciado premio a la Mejor interpretación femenina: Marion Cotillard, por su papel de Edith Piaf en La vida en rosa. La actriz francesa estaba radiante y feliz en la gala; pues todas las estrellas lucieron sus vestidos y figuras.

Los siempre valorados galardones a la Mejor película extranjera fue a parar a una producción austriaca, que tiene previsto su estreno en España el 14 de marzo: Los falsificadores, de Stefan Ruzowitzky, otra crónica histórica acerca de la utilización de los judíos en los campos de exterminio nazis. Los tres Oscar “técnicos” –Mejores montaje, sonido y efectos– fueron, merecidamente, para El ultimátum de Bourne; mientras que la película de animación Ratatouille también recibió su reconocimiento, al igual que el Mejor vestuario de Alexandra Byrne por Elizabeth. La edad de oro.

Hollywood ha optado este año por repartir sus preciados galardones entre bastantes artistas europeos. Y asimismo ha intentado levantar la taquilla con su comercial “Oscar”, ya que la recaudación de las cinco películas nominadas como mejores era de las peores de las últimas décadas. Ahora el gran público se lanzará a ver los títulos premiados. Por tanto, las diezmadas salas cinematográficas de todo el mundo aumentarán su rendimiento... si la creciente “piratería” lo permite, claro.
(Publicado en http://www.cinemanet.info/, 27-II-2008).

lunes, febrero 11, 2008

EL MAESTRO EISENSTEIN


Al cumplirse el sesenta aniversario de la muerte del genial autor de El acorazado Potemkin es posible disfrutar en DVD de buena parte de su obra. El maestro Serguéi Mijaílovich Eisenstein aportó al Séptimo Arte teorías y recursos tan esenciales como el "montaje de atracciones" y la metáfora visual.


Serguéi Mijaílovich Eisenstein es, según muchos historiadores, uno de los tres genios del Séptimo Arte, junto con Charles Chaplin y John Ford. Su Majestad Eisenstein –para para los cinéfilos– fue además un gran teórico y maestro del cine ruso. Nacido en Riga (Letonia), el 22 de enero de 1898, era hijo de un arquitecto alemán y había estudiado Ingeniería y Arquitectura.

Dibujante y decorador, Eisenstein trabajó como director escénico en el Proletkult (Organización de la Cultura Proletaria) y llegó a tener su propia compañía teatral. Ayudante de Vsevolod Meyerhold, se interesó por el arte cinematográfico después de la Revolución de 1917, en la que participaría activamente.

Su debut en el cine data de 1924, con Stachka, magistral filme sobre una huelga en la Rusia zarista, y llegó a ser el máximo representante de la escuela soviética con sus coetáneos Dziga Vertov, Vsevolod Pudovkin y Alexander Dovjenko. Al año siguiente realizaría su Acorazado Potemkin, una evocación patética de la Revolución de 1905, obra mítica del cine político y artísticamente modélica, que ha pasado a la historia como la mejor película de todos los tiempos, especialmente por su antológica secuencia de las escalinatas de Odessa.

Asimismo, y por encargo del PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética), S. M. Eisenstein conmemoró el décimo aniversario de la Revolución bolchevique con Octubre (1927), un filme también clave del estilo eisensteiano, que se inspiró en el relato Diez días que estremecieron al mundo, de John Reed, resultando algo panfletario y caótico, pese a tener secuencias memorables. Después llegó su nueva obra maestra La línea general (Lo Viejo y lo Nuevo, 1929) sobre la revolución campesina en la URSS.

CONTRIBUCIONES.- Con estas primeras obras maestras, S. M. Eisenstein desarrollaría sus teorías como cineasta –ya puestas por escrito, y posteriormente editadas en lengua española (Reflexiones de un cineasta, Barcelona, Lumen, 1970; El sentido del cine, Buenos Aires, Siglo XXI, 1974)– y aportaría sus famosos «montaje de atracciones» y la metáfora visual. Poco después incorpora la banda musical, consiguiendo una perfecta asociación de las estructuras plásticas con las sonoras.

En los años del cine parlante, Eisenstein desarrolló la concepción por ideogramas y los avances expresivos del color, basado también en el teatro japonés Kabuki. Y todo ello dentro de ese carácter épico, barroco, con aire de epopeya y un lirismo que se une con la problemática de fondo, que le distinguieron como autor. Estudioso de la narrativa de Charles Dickens y David Wark Griffith (ver su ensayo de 1944 "Dickens, Griffith y el cine de hoy", en Teoría y técnica cinematográficas, Madrid, Rialp, 1989, pp. 249-308), fue también un gran teórico del montaje y haría de esa técnica la base de la estética del filme.

METÁFORA.- Durante los años treinta, Eisenstein fue a Hollywood. Rechazados sus proyectos por los directivos de la Paramount, marchó al país vecino para rodar Que viva México!, su incomprendida e inacabada visión de la cultura y la Revolución mexicana, cuyas imágenes se utilizaron para diversas películas. En la URSS le destruyeron su también inconclusa El prado de Bezhin (1935-37), pero logró una genial metáfora sobre el peligro nazi en plena Segunda Guerra Mundial con su memorable Alexander Nevski (1938), película que cuenta con la magistral sinfonía de Prokofiev y posee una secuencia antológica de la batalla en los hielos.

Catedrático en el Instituto Cinematográfico de Moscú (Vladimir Nizhny editó sus clases teóricas en Lecciones de cine con Eisenstein, Barcelona, Seix Barral, 1964), en 1944-46 realizó su última obra maestra: Iván el Terrible, una evocación histórica del Zar unificador de todas las Rusias, a modo de parábola de la Dictadura estalinista. La segunda parte de Ivan Groznyj (La conjura de los boyardos), con una secuencia inigualable en colorido, no se pudo estrenar hasta la muerte del dictador, acaecida después de que falleciera el propio Eisenstein cuando acababa de cumplir 50 años (en Moscú, el 11 de febrero de 1948) y preparaba su Teoría del cine en colores. Disidente del sistema, fue obligado a retractarse de su obra, acusado de esteticista y demasiado individual, y de no servir al partido como pretendía el Gobierno comunista. Por ello, por su independencia artística y su visión romántico-patriótica, sufrió las consecuencias de su gran actividad creadora.

MATERIALISMO Y FE.- Serguéi Mijaílovich Eisenstein pareció navegar entre la ideología marxista y su sentido profundo del alma y de la tierra rusas; pues a causa de su vasta cultura y el contacto que tuvo con la sociedad occidental (especialmente durante su estancia en México), su pensamiento materialista evolucionó hacia la fe, tal como manifestó él mismo y narra su biógrafa y colaboradora Marie Seton en un texto original en inglés (Sergei M. Eisenstein. A Biography, Londres, The Modley Head, 1952), que fue sospechosamente censurado en las traducciones italiana y francesa. En 1986, Fondo de Cultura Económica lo editó en castellano. Aun así, acerca de la personalidad y la obra del artista ruso, cabe consultar la síntesis biográfica de un colega que vivió esa turbulenta época y abandonó la URSS: Victor Sklovski, Eisenstein (Barcelona, Anagrama, 1973).

Sobre este maestro del séptimo arte escribió el teórico Manuel Villegas López: «Eisenstein es el genio del cine más completo y de más profunda penetración en sus esenciales problemas. Todo artista genial parte de lo sencillo hacia lo más complicado, en un enriquecimiento progresivo y fecundo de su arte, para después comenzar a sintetizarlo y simplificarlo en extremo; así Miguel Ángel, Velázquez o el Greco» (Los grandes nombres del cine, I, Barcelona, Planeta, 1973, p. 275).

Con un gran amor al cine, S. M. Eisenstein había profetizado: «Es, naturalmente, el arte más internacional. La primera mitad del siglo, sin embargo, no ha utilizado de él más que unas migajas. Asistiremos al sorprendente éxito de dos extremos: el actor taumaturgo, encargado de trasmitir al espectador la materia de sus pensamientos, irá de la mano del cineasta-mago de televisión que, haciendo malabarismos con los objetivos y las profundidades de campo, impondrá directa e instantáneamente su interpretación estética en una fracción de segundo. Ante el cine se abre un mundo inmenso y complejo». Su Majestad Eisenstein tenía razón.


(Publicado en ABCD las Artes y las Letras, 9-II-2008, pp. 54-55)

martes, febrero 05, 2008

CHARLES CHAPLIN, O EL SÉPTIMO ARTE


Desde el 20 de diciembre de 2007 hasta el 27 de abril de 2008 tiene lugar en Barcelona (CaixaForum) una espléndida exposición sobre el gran “Charlot”, con el título Chaplin en imatges, que recomendamos visitar encarecidamente.


Charles Chaplin (Londres, 1889–Corsier-sur-Vevey, Suiza, 1977), sin duda, fue el más genial artista de la pantalla. De origen hebreo, sus padres fueron también artistas del music-hall. Eterno vagabundo y creador inigualable, trabajó como director, actor, guionista, músico y asimismo productor de sus propias películas. Chaplin concibió un personaje inmortal que se identificaba con su misma persona: “Charlot”, que según algunos teóricos reúne las creaciones más universales del espíritu humano: el judío errante, Prometeo, Don Quijote y Don Juan.

Este poeta de la imagen tuvo una infancia difícil, evocada en su magistral largometraje El chico (1921), film que parece escapado de una novela realista de Dickens como, por ejemplo, Oliver Twist. Tras permanecer en un orfelinato londinense, emigra a Estados Unidos con una compañía de variedades y es descubierto en 1913, en Hollywood, por la Keystone. Su rápida ascensión al cine, como uno de los creadores del género burlesco, le proporcionó cierta independencia a partir de 1914, tras concebir su célebre personaje.

Charles Chaplin protagonizaría siempre una sencilla historia llena de poesía y humanidad, con su característico bigotillo, el sombrero de hongo, las botas exageradas, el pantalón caído, la levita estrecha y el bastoncillo de junco. Esta historia se manifestaría a través de ese vagabundo quijotesco que injustamente es utilizado por los demás, mientras él es capaz de sacrificarse por ellos –incluso en su amor por la “chica”–, con el fin de que todos alcancen la felicidad, para luego desaparecer humildemente por el horizonte, acaso lleno de esperanza... Ése era, en suma, el “Charlot” que todos hemos amado y admirado. Su cine intemporal y extraordinariamente expresivo no necesitó de la palabra y fue ya suficiente para trasmitir los sentimientos más íntimos. Por eso, como el maestro ruso S. M. Eisenstein, al principio se opuso contra el cine sonoro; pues son célebres sus declaraciones: “¿Las películas habladas...? ¡Las detesto! Vienen a desvirtuar el arte más antiguo del mundo: el arte de la pantomima. Destruyen la gran belleza del silencio”.

Su obra fundía la comicidad con la ternura, la realidad con la fantasía, el lirismo con la tristeza, la emoción con el patetismo... Y estaba realizado con tanta precisión fílmico-estética, con gags antológicos y perfección técnica, que llegó a entusiasmar a los entendidos de la época y a los espectadores de ayer y hoy. De ahí que Charles Chaplin fuera reconocido –y lo seguirá siendo– como uno de los grandes maestros del Séptimo Arte; por su ingenio, quizá el mayor de la Historia del Cine.

No obstante, tras el cine cómico que siempre le singularizó, se puede apreciar un hondo contenido social y político, una faceta de la obra de Chaplin poco apreciada por el gran público y que es la clave para entender la postura personal de este creador. “Charlot” era –es– un hombre solitario, soñador e incomprendido, que se ve amenazado por la sociedad en que vive. Su pureza de alma contrastaría con el egoísmo de cierto mundo contemporáneo, por lo que es vulnerable a los brutales ataques de los hombres que le rodean y al amor de las mujeres que trata. Por eso, siempre salía perdiendo, teniendo que soportar las injusticias sociales del mundo exterior. Es obvio que el mundo de este personaje coincidía con el universo personal de Charles Chaplin. Por tanto, es a través de él como este cineasta lanza su denuncia contra la sociedad del momento, contra la concepción clasista de ésta, sus defectos y convencionalismos, o el orden establecido.

Aun así, a pesar de la agudeza crítica de su cine, no siempre sabe acertar con sus hirientes dardos. Su sátira es amarga y a veces poco objetiva. El pensamiento de Chaplin pasó con los años del idealismo a la esperanza (La quimera del oro, 1925, del romanticismo a la nostalgia (Luces de la ciudad, 1930), de la burla cruel al testimonio sociopolítico (Tiempos modernos, 1935; El gran dictador, 1940), de la desesperanza al nihilismo (Monsieur Verdoux, 1947), de la resignación al desgarramiento interior (Candilejas, 1952), como renunciando a luchar, pues se siente ya envejecido; aunque con las suficientes fuerzas como para asestar el postrer y terrible golpe contra la sociedad capitalista norteamericana en su último gran film Un rey en Nueva York (1957). Esto le costaría la total enemistad con el Gobierno de los Estados Unidos. Finalmente, se despidió de la pantalla sólo como director con una comedia un tanto pasada de moda, La condesa de Hong Kong (1966), protagonizada por Marlon Brando y Sophia Loren. Su “Charlot” ya había muerto y no se había adaptado al film moderno.

Con todo, Charles Chaplin fue un humanista y filósofo del siglo XX, a la vez que intentó ser un hombre sincero como creador. Un artista nato que, en sus ansias de autenticidad, dio lo mejor de su vida en pro del cinema y del público mundial. Basado en su famosa y discutida My Autobiography, en 1992 Richard Attenborough llevó su figura a la pantalla (Chaplin).

(Publicado en www.universitaties.net, abril 2008)