El movimiento situacionista, que generó la revolución francesa de Mayo del 68, tuvo una gran repercusión en Italia e Iberoamérica. Fue el nuevo despertar del cine político promovido, entre otros directores, por Gillo Pontecorvo, Francesco Rosi y Fernando Solanas
Como bien denominó el especialista Julio Pérez Perucha, las rupturas del 68 fueron los años que conmovieron al cine. Aunque el género político nació con el Séptimo Arte -Méliès realizó en 1899 L'Affaire Dreyfus-, y Eisenstein y la escuela soviética consolidaron este cine en los años veinte, en Italia se dio un risorgimento gracias a Mayo del 68. El pionero Gillo Pontecorvo declararía en la siguiente década: "Nueve de cada diez de los cineastas italianos más serios militan en partidos de izquierda. Y la mayoría de los filmes que no son específicamente políticos contienen un reflejo de la realidad social italiana".
Tras el realismo crítico de los setenta, encabezado por los cineastas del Nuovo Cinema -Antonioni, Zurlini, Germi, Lizzani-, esta otra generación emparentada con Antonio Gramsci y el eurocomunismo acometió la realización de filmes políticos. Fue el renacimiento de un género que prácticamente acabaría con las llamadas nuevas olas de los años sesenta. Los principales autores y películas de este risorgimento -que se extendió desde Francia hasta Italia e Iberoamérica- fueron Elio Petri, con Investigación sobre un ciudadano libre de toda sospecha (1970), dura crítica a los abusos del poder incontrolado, y La clase obrera va al paraíso (1972); Damiano Damiani, con Confesiones de un comisario (1971); y Francesco Rosi, con Il caso Mattei (1972) y Lucky Luciano (1973), que ofrecían un retrato del «compromiso histórico» entre democristianos y comunistas.
POLÉMICA.- De ahí que a finales de los setenta hubiera en Italia una polémica sobre el inicio de una crisis en el cine político. Florestano Vancini -famoso por El delito Matteotti (1973), que narraba el asesinato del secretario general de Partido Socialista por un grupo fascista- afirmó: "Cada filme que hacemos es el resultado de una batalla. La moda es el spaghetti-western, el género policíaco, el erótico. A nadie le llama un productor para hacer una película política. De los 150 filmes que se ruedan al año en Italia sólo algunos son realmente políticos".
Es evidente, pues, que el género político postMayo del 68 estaba amenazado en Europa. Y los directores «comprometidos» tuvieron que recurrir al capital de las majors de Hollywood, dispuestas a producir cintas italianas con la condición de que no supusieran una competencia para las norteamericanas. Por ejemplo, la superproducción de Bernardo Bertolucci, Novecento (1976) -criticada en Italia por su simplismo y maniqueísmo-, fue distribuida mundialmente por Paramount y United Artists. En 2003 evocaría el clima del Mayo francés con Soñadores.
Pero no hay que olvidar los otros intereses que se movían en el género político. Franco Brusati, un precursor del mismo, afirmaba que "La política hábilmente mezclada con escenas eróticas es una excelente receta para intimidar a los críticos sin disgustar a los espectadores". Así, en la Europa postMayo del 68, encontramos directores «contestatarios» que consiguen el equilibrio entre ideología y comercialidad. Entre ellos, aparte de los grandes pioneros franceses (Godard y el Grupo Dziga Vertov, Costa-Gavras), cabría citar de nuevo a Gillo Pontecorvo, con Queimada (1969), Liliana Cavani, con Galileo Galilei (1969) y Portero de noche (1974), o Giuliano Montaldo, con su magistral Sacco y Vanzetti (1971), obras con una carga denunciatoria y revolucionaria muy preparada para las masas y especialmente dirigidas al público joven, pero con una dosis novelada para la aceptación del gran público. Todo ello sin olvidar al veterano Luchino Visconti, con su emblemática La caída de los dioses (1969).
MILITANCIA.- En Iberomérica tuvo repercusión Mayo del 68. Se desarrolló en esos años un cine militante realizado por diversos grupos; el evolucionado Cinema Nôvo brasileño -"el cual operaba sobre una larga base unitaria nacional-popular contra el colonialismo cultural y el cine comercial", según el especialista Pio Baldelli-; las películas cubanas promovidas por Fidel Castro a través del ICAIC; los filmes «de liberación» argentinos, como La hora de los hornos (1968), de Fernando Solanas y Octavio Getino; o el cine de Jorge Sanjinés, autor de La sangre del cóndor (Yawar Mallku, 1969), prohibido por el Gobierno boliviano, pero luego recuperado por la presión popular. Este filme fue coreado por millares de personas que protestaban contra el colonialismo yanqui y escribían su título original en los muros de La Paz.
(Publicado en ABCD las Artes y las Letras, núm. 847, 26-IV-2008, p. 52)