Hace más de cuarenta años que me dedico profesionalmente al Séptimo Arte. Primero, como crítico de cine; después como profesor e historiador del fenómeno fílmico. Desde 1994, enseño la Historia Contemporánea a través de las películas. Y siempre he defendido el arte cinematográfico como testimonio de la sociedad, fuente instrumental de la ciencia histórica y medio didáctico para estudiar Historia.
Mi especialidad, como saben los seguidores de mis publicaciones, es el cine español. Y me he dedicado a reivindicar la historia de la cinematografía autóctona: desde la II República hasta la Democracia, pasando por la Dictadura franquista. Todo, con sus luces y sombras.
Pero actualmente observo un nuevo fenómeno en el cine español de nuestros amores (y dolores). La corriente laicista que parece haberse instaurado al rebufo de la controvertida Ley de la Memoria Histórica. Se trata del reciente estreno de dos películas que están siendo ensalzadas por un sector de la crítica y que, además, han financiado sus respectivas empresas de comunicación.
Se habrá dado cuenta el lector que me estoy refiriendo a Los girasoles ciegos, de José Luis Cuerda, y Camino, de Javier Fesser. La primera producida por Sogecable –Grupo Prisa– y la segunda por Mediapro –el grupo de la Sexta, que dirige el empresario catalán Jaume Roures.
El filme de Cuerda es la adaptación de una novela del desaparecido Alberto Méndez –antiguo militante del PC–, que recupera la memoria de los vencidos de la Guerra Civil española. Se centra en un tema muy concreto de la inmediata posguerra, hurgando en las miserias evidentes que también cometieron los vencedores (aunque no me gustan estos términos, pues todos perdimos en la contienda fratricida) e intentando generalizar y sacar de contexto en una visión francamente sectaria. El guión, lleno de tópicos, parece no tener otro interés que descalificar a la Iglesia a través de las debilidades de uno de sus miembros.
La escenificación de la represión aúna en estrecho maridaje Iglesia y Estado en una caricatura intencionalmente maniquea con una desproporcionada tragedia final. Se asegura así la respuesta emocional del espectador perpetrando una burda manipulación afectiva. No obstante, los miembros de la Academia Española han seleccionado esta cinta para optar a los Oscar de Hollywood, acaso como muestra del mito de la España eterna.
La película de Fesser, que pretende estar inspirada en hechos reales, manipula la vida de una niña que murió heroicamente en el seno de una familia cristiana. Asimismo, arremete contra su madre –ya fallecida, como el padre (por tanto, no pueden defenderse)– y contra las dos instituciones de la Iglesia Católica que frecuentaba y donde había recibido su formación. En el fondo, Javier Fesser, desde su ateísmo, tergiversa el sentido cristiano del dolor y de la muerte, tachando de fanáticos y manipuladores a quienes creen en el Más allá. En el relato, se oculta la dedicación y el afecto del que estuvo rodeada la niña durante su enfermedad; en contra, crea una atmósfera opresiva alrededor de la protagonista donde su libertad queda asfixiada, afirmando –a base de pequeños detalles siempre equívocos y hábilmente tergiversados– la falacia de la santidad y la mentira de cuantos intentan promoverla.
La familia ha pedido al director de esta cinta rectificaciones –nunca aplaudieron ante el doloroso fallecimiento de la hermana– y que retire su explícita dedicatoria en los títulos de crédito. Como Fesser se niega, los hermanos y antiguas profesoras de Alexia organizaron una rueda de prensa en Madrid. Parece que todo vale con tal de vapulear lo trascendente; poco importa que una familia sufra la mentira infamante de un director carente de rigor. Sin embargo, Camino, que aspiraba a ganar un premio en el pasado Festival de San Sebastián, se fue de vacío. Supongo que está predestinada a más de un Goya.
Pero tanto este filme –que a veces parece del género fantástico-terrorífico– como Los girasoles ciegos están subvencionados por el Estado, TVE y Televisió de Catalunya –respectivamente–, aparte de los correspondientes organismos autónomos; es decir, con el erario público, el dinero de todos los españoles. Es obvio, que Gobierno socialista de Zapatero, en su conocida política de instaurar la laicización –no legítima laicidad– como la nueva “religión” del pueblo, está apoyando películas, series y programas televisivos que desacreditan a la Iglesia. Y para muestra, un botón cinematográfico. O dos, de momento; aunque intuyo que esto no ha hecho más que empezar. Una respuesta positiva sería agudizar el sentido crítico ante un fenómeno omnipresente hoy en los mass-media.
Mi especialidad, como saben los seguidores de mis publicaciones, es el cine español. Y me he dedicado a reivindicar la historia de la cinematografía autóctona: desde la II República hasta la Democracia, pasando por la Dictadura franquista. Todo, con sus luces y sombras.
Pero actualmente observo un nuevo fenómeno en el cine español de nuestros amores (y dolores). La corriente laicista que parece haberse instaurado al rebufo de la controvertida Ley de la Memoria Histórica. Se trata del reciente estreno de dos películas que están siendo ensalzadas por un sector de la crítica y que, además, han financiado sus respectivas empresas de comunicación.
Se habrá dado cuenta el lector que me estoy refiriendo a Los girasoles ciegos, de José Luis Cuerda, y Camino, de Javier Fesser. La primera producida por Sogecable –Grupo Prisa– y la segunda por Mediapro –el grupo de la Sexta, que dirige el empresario catalán Jaume Roures.
El filme de Cuerda es la adaptación de una novela del desaparecido Alberto Méndez –antiguo militante del PC–, que recupera la memoria de los vencidos de la Guerra Civil española. Se centra en un tema muy concreto de la inmediata posguerra, hurgando en las miserias evidentes que también cometieron los vencedores (aunque no me gustan estos términos, pues todos perdimos en la contienda fratricida) e intentando generalizar y sacar de contexto en una visión francamente sectaria. El guión, lleno de tópicos, parece no tener otro interés que descalificar a la Iglesia a través de las debilidades de uno de sus miembros.
La escenificación de la represión aúna en estrecho maridaje Iglesia y Estado en una caricatura intencionalmente maniquea con una desproporcionada tragedia final. Se asegura así la respuesta emocional del espectador perpetrando una burda manipulación afectiva. No obstante, los miembros de la Academia Española han seleccionado esta cinta para optar a los Oscar de Hollywood, acaso como muestra del mito de la España eterna.
La película de Fesser, que pretende estar inspirada en hechos reales, manipula la vida de una niña que murió heroicamente en el seno de una familia cristiana. Asimismo, arremete contra su madre –ya fallecida, como el padre (por tanto, no pueden defenderse)– y contra las dos instituciones de la Iglesia Católica que frecuentaba y donde había recibido su formación. En el fondo, Javier Fesser, desde su ateísmo, tergiversa el sentido cristiano del dolor y de la muerte, tachando de fanáticos y manipuladores a quienes creen en el Más allá. En el relato, se oculta la dedicación y el afecto del que estuvo rodeada la niña durante su enfermedad; en contra, crea una atmósfera opresiva alrededor de la protagonista donde su libertad queda asfixiada, afirmando –a base de pequeños detalles siempre equívocos y hábilmente tergiversados– la falacia de la santidad y la mentira de cuantos intentan promoverla.
La familia ha pedido al director de esta cinta rectificaciones –nunca aplaudieron ante el doloroso fallecimiento de la hermana– y que retire su explícita dedicatoria en los títulos de crédito. Como Fesser se niega, los hermanos y antiguas profesoras de Alexia organizaron una rueda de prensa en Madrid. Parece que todo vale con tal de vapulear lo trascendente; poco importa que una familia sufra la mentira infamante de un director carente de rigor. Sin embargo, Camino, que aspiraba a ganar un premio en el pasado Festival de San Sebastián, se fue de vacío. Supongo que está predestinada a más de un Goya.
Pero tanto este filme –que a veces parece del género fantástico-terrorífico– como Los girasoles ciegos están subvencionados por el Estado, TVE y Televisió de Catalunya –respectivamente–, aparte de los correspondientes organismos autónomos; es decir, con el erario público, el dinero de todos los españoles. Es obvio, que Gobierno socialista de Zapatero, en su conocida política de instaurar la laicización –no legítima laicidad– como la nueva “religión” del pueblo, está apoyando películas, series y programas televisivos que desacreditan a la Iglesia. Y para muestra, un botón cinematográfico. O dos, de momento; aunque intuyo que esto no ha hecho más que empezar. Una respuesta positiva sería agudizar el sentido crítico ante un fenómeno omnipresente hoy en los mass-media.
(Publicado en http://www.cinemanet.info/).