(Kurosawa Production, bajo licencia exclusiva de HoriPro, Inc.)
Este año 2010 se conmemora el centenario del nacimiento de Akira Kurosawa (1910-1998). Con este motivo, se ha organizado en España una exposición titulada La mirada del samurái: los dibujos de Akira Kurosawa, en Alhóndiga Bilbao
Este nuevo Centro de Ocio y Cultura vasco quiere rendir homenaje al famoso cineasta japonés presentando una propuesta multidisciplinar, a través de la cual se dará a conocer todas las facetas artísticas de este gran referente del cine del siglo XX.
La exposición es una iniciativa del Centre d’Investigacions Film-Història (Universitat de Barcelona) –organizador del Año Kurosawa 2010– y de cultural affairs, con la colaboración de Casa Asia, HoriPro, Japan Foundation y el patrocinio de Infiniti y Ayuntamiento de Bilbao.
Denominado en su propio país “el Emperador” del cine japonés, Akira Kurosawa es el maestro que dio a conocer la cinematografía nipona en el mundo occidental. Nacido en Tokio, era descendiente de samuráis, estudió Bellas Artes en su ciudad natal y comenzó dedicándose a la pintura. En 1936 ingresó en los estudios cinematográficos Toho, donde comenzó a trabajar como guionista y más tarde ayudante de Kajiro Yamamoto. Debutó como realizador en 1943, en plena Segunda Guerra Mundial.La crítica ha reconocido en él a un gran creador, de eminentes cualidades formales y honda temática existencial. Su obra posee, en efecto, profundidad filosófica, una sólida y original construcción dramático-expresiva y un estilo riguroso accesible también para públicos no orientales. Esa singular distinción estética hizo de Kurosawa durante muchos años una de las cumbres del cine de su país, incluso tras la aparición de la “nueva ola” japonesa.
ADMIRADOR DE VAN GOGH
Aunque tachado en ocasiones de sentimental y reaccionario a causa de ciertos rasgos nacionalistas, el maestro nipón supo realizar una síntesis ejemplar de elementos plásticos y escénicos del teatro Noh y Kabuki con otros psicológicos y sociales. Estos elementos se caracterizan por sus vigorosos y fuertes concepciones pictóricas, que también nos da una pista de su admiración por Vincent van Gogh, a quien dedicó un homenaje en un episodio de Los sueños.
Aunque tachado en ocasiones de sentimental y reaccionario a causa de ciertos rasgos nacionalistas, el maestro nipón supo realizar una síntesis ejemplar de elementos plásticos y escénicos del teatro Noh y Kabuki con otros psicológicos y sociales. Estos elementos se caracterizan por sus vigorosos y fuertes concepciones pictóricas, que también nos da una pista de su admiración por Vincent van Gogh, a quien dedicó un homenaje en un episodio de Los sueños.
Si en buena medida Akira Kurosawa llegó a ser más universalmente reconocido que otros directores clásicos japoneses –Kenji Mizoguchi, Hiroshi Inagaki, Kaneto Shindo, Masaki Kobayashi, Teinosuke Kinugasa, e incluso Yasujiro Ozu– fue entre otras cosas por su excelente conocimiento de la técnica cinematográfica, con gran dominio del sentido del ritmo, del montaje corto, de la expresividad del blanco y negro y del color y de la propia tradición teatral. Su obra ha influido tanto a jóvenes autores japoneses como a los cineastas americanos (John Sturges, Martin Ritt, Francis Ford Coppola, Martin Scorsese, Steven Spielberg, George Lucas) y europeos (Sergio Leone).
Su primera obra maestra, Rashomon (1950), que ganó el León de Oro del Festival de Venecia, tuvo un remake hollywoodiense en 1964 (Cuatro confesiones de Martin Ritt), supuso prácticamente la revelación de un gran cine japonés, al que hasta entonces se suponía sólo dedicado a historias de samuráis. Con Rashomon obtuvo también el Oscar de Hollywood a la Mejor Película Extranjera.
Llegarían después otros filmes que se hicieron populares en todo el mundo gracias a su genio creador: Los siete samuráis (1954), que volvió a ganar en Venecia y asimismo tuvo un remake norteamericano en 1960 –Los siete magníficos de John Sturges– igual que El mercenario (Yojimbo, 1961) lo tuvo con Por un puñado de dólares de Sergio Leone en 1964; Trono de sangre (1957), su adaptación de Macbeth; El infierno del odio (1963), que relata un drama urbano; y... Barbarroja (1965), interpretado por el gran Toshiro Mifune. Pero seguramente fue la magistral Vivir (Ikiru, 1952), soberbia meditación sobre la vida y la muerte, la que situó a Akira Kurosawa entre los grandes humanistas del cine (Chaplin, Orson Welles, Bergman, John Ford...). En esta obra, que en el referéndum de 1962 fue seleccionada entre las Diez Mejores de la Historia del Cine, apunta ya una visión desesperanzada de la condición humana, una postura existencial no trascendente que sin embargo reafirma el compromiso moral con los demás seres humanos.
El pesimismo que le atenazaba como autor acabaría conduciendo al maestro Kurosawa al callejón sin salida de Dodes’ka-den (1970), filme amargo cuya angustia comunica al espectador, o a un cierto panteísmo en el caso de Dersu Uzala (1975). En los últimos años de su vida, arruinado como productor, pareció haberse recuperado –también anímicamente– en una serie final de magistrales películas: Kagemusha. La sombra del guerrero (1980), producida por Francis F. Coppola y George Lucas –cuya Guerra de las galaxias (1977) está basada en La fortaleza escondida (1958), donde evocaba el Japón feudal del siglo XVI–; Ran (1985), su original adaptación de El Rey Lear shakespeariano; y el testamento cinematográfico que representa Los sueños de Akira Kurosawa (1990), coproducida por Steven Spielberg. En este prodigioso filme el maestro nipón acaso aceptó la Muerte como punto final, al tiempo que condenaba al Hombre por el Mal que había hecho al Mundo actual en nombre del Progreso. Por eso se aferró a la vida excluyendo otra clase de perpetuidad en la que no creía. Akira Kurosawa se movió, por tanto, dentro de una espiritualidad que combinaba el budismo zen con el sintoísmo. Aun así, antes de despedirse del cine, se abrió a cierta trascendencia al visionar la obra de otro maestro del Séptimo Arte, el iraní Abbas Kiarostami.
Su primera obra maestra, Rashomon (1950), que ganó el León de Oro del Festival de Venecia, tuvo un remake hollywoodiense en 1964 (Cuatro confesiones de Martin Ritt), supuso prácticamente la revelación de un gran cine japonés, al que hasta entonces se suponía sólo dedicado a historias de samuráis. Con Rashomon obtuvo también el Oscar de Hollywood a la Mejor Película Extranjera.
Llegarían después otros filmes que se hicieron populares en todo el mundo gracias a su genio creador: Los siete samuráis (1954), que volvió a ganar en Venecia y asimismo tuvo un remake norteamericano en 1960 –Los siete magníficos de John Sturges– igual que El mercenario (Yojimbo, 1961) lo tuvo con Por un puñado de dólares de Sergio Leone en 1964; Trono de sangre (1957), su adaptación de Macbeth; El infierno del odio (1963), que relata un drama urbano; y... Barbarroja (1965), interpretado por el gran Toshiro Mifune. Pero seguramente fue la magistral Vivir (Ikiru, 1952), soberbia meditación sobre la vida y la muerte, la que situó a Akira Kurosawa entre los grandes humanistas del cine (Chaplin, Orson Welles, Bergman, John Ford...). En esta obra, que en el referéndum de 1962 fue seleccionada entre las Diez Mejores de la Historia del Cine, apunta ya una visión desesperanzada de la condición humana, una postura existencial no trascendente que sin embargo reafirma el compromiso moral con los demás seres humanos.
El pesimismo que le atenazaba como autor acabaría conduciendo al maestro Kurosawa al callejón sin salida de Dodes’ka-den (1970), filme amargo cuya angustia comunica al espectador, o a un cierto panteísmo en el caso de Dersu Uzala (1975). En los últimos años de su vida, arruinado como productor, pareció haberse recuperado –también anímicamente– en una serie final de magistrales películas: Kagemusha. La sombra del guerrero (1980), producida por Francis F. Coppola y George Lucas –cuya Guerra de las galaxias (1977) está basada en La fortaleza escondida (1958), donde evocaba el Japón feudal del siglo XVI–; Ran (1985), su original adaptación de El Rey Lear shakespeariano; y el testamento cinematográfico que representa Los sueños de Akira Kurosawa (1990), coproducida por Steven Spielberg. En este prodigioso filme el maestro nipón acaso aceptó la Muerte como punto final, al tiempo que condenaba al Hombre por el Mal que había hecho al Mundo actual en nombre del Progreso. Por eso se aferró a la vida excluyendo otra clase de perpetuidad en la que no creía. Akira Kurosawa se movió, por tanto, dentro de una espiritualidad que combinaba el budismo zen con el sintoísmo. Aun así, antes de despedirse del cine, se abrió a cierta trascendencia al visionar la obra de otro maestro del Séptimo Arte, el iraní Abbas Kiarostami.
Por todo ello, con los especialistas Andrés Expósito, Carlos Giménez Soria y Jordi Puigdomènech, autores del libro Akira Kurosawa. La mirada del samurái (Madrid, Ediciones JC, 2010), editado también para ese evento, y el valioso asesoramiento de los historiadores James Goodwin y Aldo Tassone, tuvimos la feliz idea de organizar este Año conmemorativo sobre su entrañable figura, en el cual se han implicado 26 entidades y 12 ciudades españolas, con ciclos de conferencias y proyecciones de su filmografía. El ministro de Educación, Ángel Gabilondo, aceptó la presidencia de honor. Actividades nacionales que tienen su eje en la exposición de los dibujos del maestro Kurosawa.
Es una muestra excepcional que reúne storyboards de sus últimas películas, carteles, vestuario, conferencias, talleres y proyecciones de algunas de sus mejores obras. Comienza su recorrido en Bilbao, siendo la primera sede que acoge esta exposición. Bellos storyboards preparativos de sus últimos filmes que funden la compleja iconografía zen con las vanguardias artísticas occidentales de principios del siglo XX que tanto admiraba: Van Gogh, Renoir, Cézanne, Chagall.
Es una muestra excepcional que reúne storyboards de sus últimas películas, carteles, vestuario, conferencias, talleres y proyecciones de algunas de sus mejores obras. Comienza su recorrido en Bilbao, siendo la primera sede que acoge esta exposición. Bellos storyboards preparativos de sus últimos filmes que funden la compleja iconografía zen con las vanguardias artísticas occidentales de principios del siglo XX que tanto admiraba: Van Gogh, Renoir, Cézanne, Chagall.
120 dibujos originales de Akira Kurosawa –venidos especialmente desde Japón–, que son origen y síntesis constructiva del cine de Kurosawa: una partitura plástica que prefigura el rodaje de la imagen en movimiento, y que ahora ponemos al alcance y contemplación de los cinéfilos y del gran público español.
(Publicado en ACADEMIA. Revista del Cine Español, núm. 173, diciembre 2010, pp. 78-79; y, algo más breve, en ABC cultural, 13-XI-2010, pp. 36-37).
2 comentarios:
I just added your blog site to my blogroll, I pray you would give some thought to doing the same.
Thank you, collegue!
Sincerely,
J. M. Caparrós-Lera
Publicar un comentario