Impresionante plano de El gran combate
El proyecto pedagógico de Alain Bergala, que fusiona cine y escuela, gana importancia a medida que pasa el tiempo, así que hemos decidido hablar de él de una forma muy especial. En primer lugar con dos entrevistas, una al propio Bergala y otra a Núria Aidelman, que lleva a la práctica las ideas del teórico francés en institutos catalanes, dice el Editorial del último número de la revista Contrapicado.
En segundo lugar, proponemos un pequeño homenaje a lo que Bergala llama “la primera revelación cinematográfica”, aquel momento de infancia o primera adolescencia en el que el cine nos atrapó, nos subyugó, nos ató para siempre con su haz luminoso. Por eso hemos pedido a redactores y amigos que nos contaran cuál fue su primera revelación cinematográfica, esa experiencia original personal e intransferible.
El proyecto pedagógico de Alain Bergala, que fusiona cine y escuela, gana importancia a medida que pasa el tiempo, así que hemos decidido hablar de él de una forma muy especial. En primer lugar con dos entrevistas, una al propio Bergala y otra a Núria Aidelman, que lleva a la práctica las ideas del teórico francés en institutos catalanes, dice el Editorial del último número de la revista Contrapicado.
En segundo lugar, proponemos un pequeño homenaje a lo que Bergala llama “la primera revelación cinematográfica”, aquel momento de infancia o primera adolescencia en el que el cine nos atrapó, nos subyugó, nos ató para siempre con su haz luminoso. Por eso hemos pedido a redactores y amigos que nos contaran cuál fue su primera revelación cinematográfica, esa experiencia original personal e intransferible.
De ahí que personalmente contestara la propuesta que me hizo el especialista Albert Elduque
Como tantos otros profesionales del cine, yo también he tenido una experiencia como Alain Bergala. Las películas significaron para mí, cuando era pequeño, un “soñar despierto”, una ventana abierta al mundo: cada semana, con mi amigo y vecino Ramón, veía un programa doble en un cine de barrio. Y después comentábamos o jugábamos a lo que habíamos visto y vivido en alguno de aquellos filmes.
El recuerdo más antiguo que tengo es de la película que habré visionado más veces: Solo ante el peligro (High Noon, 1952), que íbamos a ver repetidamente, buscando en salas apartadas donde la proyectaban. Y su protagonista, Gary Cooper -que no el director, Fred Zinnemann- era mi ídolo. Me fascinaban su personaje e interpretación. Y me dediqué en aquellos años adolescentes a ver todas sus películas. Tanto es así que mi amigo y familiares me llamaban “el Gary”. Yo quería ser actor, como él.
Seguí viendo cine, hasta seis películas por semana. Pero otro western me fascinó cuando ya era mucho más mayor: El gran combate (Cheyenne Autumn, 1964), de John Ford. Entonces sí me fijé en el director. La defensa de los pieles rojas -después de haber visto tantas películas en que eran los "malos"- me emocionó; así como la coherencia moral y estética de John Ford, la perfecta unidad entre fondo y forma. Y dije: Quiero dedicarme profesionalmente al cine.
Pero como no tenía cualidades para ser actor ni realizador, me hice crítico de cine. Empecé leyendo revistas y libros especializados, asistiendo a sesiones de cineclub, dirigiendo sesiones de cine-forum y comencé a escribir breves reseñas de las películas que iba viendo, hasta que conseguí que una revista de Zaragoza -Pantallas y escenarios- aceptara un artículo sobre El cardenal (The Cardinal, 1963), de Otto Preminger. Fue mi debut, en marzo de 1965, tres páginas en el núm. 46. Y a partir de esa fecha, no he dejado de escribir sobre cine: primero como colaborador de esa revista, después en el semanario Mundo y Cinestudio y finalmente escribiendo reseñas de estrenos que formarían parte de mis futuros libros.
Por esa época, tuve otra experiencia cinematográfica que marcó mi vida: pensé que para que el público apreciara el Séptimo Arte había que prepararlo desde la escuela. De ahí que me ofreciera a diversos colegios como profesor de esta materia. Impartí cursos de cine -teóricos y prácticos, con proyecciones de películas y realización de cortos en Súper 8 mm- en seis centros educativos de Catalunya. Fue un trabajo muy gratificante: todavía me encuentro antiguos alumnos que me paran en los aeropuertos, en el vestíbulo de una sala o por la calle y me agradecen que les enseñara a ver cine.
Eso me motivó a hacer la carrera de Filosofía y Letras. Y, conducido por mi colega y maestro Miquel Porter, hice una tesis doctoral sobre cine, que defendí en 1980. A partir de ahí, comprendí que tenía que dedicarme a la enseñanza universitaria, y gané una plaza como profesor ayudante de Historia del Cine en la Universitat de Barcelona. La publicación de libros, asistencia a congresos, dirección de tesis doctorales, impartición de clases, creación de un centro de investigación... llenaron mi vida hasta hoy, que acabo de obtener la cátedra de esta materia -Historia Contemporánea y Cine. Cinema en España y Catalunya- en la misma UB.
Mi vida, por tanto, es el Cine -con mayúscula-, ésa es mi estimada profesión. En dos entrevistas de La Vanguardia, me calificaron así: “A la vida por el cine” y “Un hombre de cine”. Y como enamorado del Séptimo Arte, espero acabar mis días.
(Publicado en la revista online Contrapicado. Escritos sobre cine, núm. 40, abril 2011, http://contrapicado.net/)