Una saga denostada y paradigmática
El fenómeno creado por Santiago Segura es de difícil comprensión. De hecho, es un debate recurrente entre los historiadores del cine. ¿Por qué el público llena las salas con cada entrega?
Por CARMEN DELIA ARANDA
Isaki Lacuesta, David Trueba, Isabel Coixet, Juanma Bajo Ulloa... En el libro
Historia del Cine de Román Gubern aparecen muchos nombres propios del cine español, pero no hay una sola mención a
Santiago Segura y su
Torrente. Sin embargo, la saga creada por el director madrileño hace 16 años es el producto más rentable del cine español, capaz, incluso, de levantar los habitualmente negativos datos de taquilla de la industria patria.
De hecho, el estreno de Torrente 5: Operación Eurovegas logró llenar las salas españolas y, en muchas, se llegaron a agotar las entradas. En solo unos días, la película ha logrado recaudar 2,8 millones de euros, convirtiéndose en el mejor estreno español del año.
El objetivo de su director, Santiago Segura, es superar los 19 millones de euros que recaudó con la anterior entrega, Torrente 4: Lethal Crisis y, sobre todo, rebasar la película más taquillera de la saga, Torrente 2: Misión en Marbella, que amasó más de 22 millones de euros. En total, la saga suma 15 millones de espectadores y 71 millones de euros de recaudación.
¿Qué tiene Torrente que no tenga el resto del cine español? ¿Cuál es la fórmula mágica que ha encontrado Segura con las peripecias de este expolicía fascista, machista, alcohólico y putero? ¿Por qué este entretenimiento irreverente fascina a millones de españoles que solo van al cine a ver estas películas?
Para el catedrático de Historia del Cine de la Universidad Complutense de Madrid, Emilio García Fernández, el mayor atractivo de Torrente es que se trata de "un cine simple, sencillo, arraigado en la comedia picaresca y muy cercano al cine de décadas pasadas, a aquel cine que era visto masivamente por el público y denostado por los críticos e intelectuales que solo pensaban en ver aquellas películas crípticas, oscuras y reservadas para un nivel cultural superior". Además, en opinión de García, "el éxito de Torrente se encuentra, sin duda, en la capacidad que tiene como producto para hacernos reír, pasar el rato, relajarnos y ver que España sigue siendo igual".
Por su lado, el profesor de Historia del Cine en la Universidad Complutense de Madrid, José Luis Sánchez Noriega, el éxito de
Torrente reside en el carácter popular del personaje, un hombre cateto y basto, que "establece una conexión con los aspectos más primarios del ser humano. Por este fuerte atractivo tiende a caer simpático, a pesar de matices ideológicos", explica el también coordinador de la web y el anuario
Cine para leer, que reúne las críticas cinematográficas de las películas exhibidas en Madrid desde 1972.
Más beligerante con la saga de Santiago Segura es el catedrático de Historia Contemporánea y Cine de la Universidad de Barcelona José María Caparrós Lera. En su opinión, Torrente es más un fenómeno sociológico que artístico. "Aún recuerdo con estupor la carta que recibí del mismo Santiago Segura, juntamente con una copia en vídeo del primer film de la saga, pidiéndonos a los miembros de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España que, si teníamos agallas, votáramos su película para los premios Goya, que era una de las más malas del cine español, hecha así, a propósito, para destruir el arte tradicional".
Según Caparrós, el triunfo de la saga reside en que retrata parte de la sociedad española que, por desgracia, existe. "Volviendo de un congreso sobre cine en Marruecos, unos colegas de Madrid me comentaron que hay gente en barrios de la capital como Torrente y sus compinches. De ahí el éxito. Y en otro congreso sobre cine español en Ohio, un colega me dijo que estaba realizando una tesis doctoral sobre Torrente porque representaba a un sector de España. Es más, durante el estreno de la primera película de la serie, en Barcelona, comprobé cómo un grupo de amigos –que llevaron motos, a modo de banda– dialogaban y discutían con el personaje central durante la proyección. Era más interesante la reacción de ese tipo de espectadores que el propio filme", sostiene.
Caparrós entiende que Torrente es cine gamberro sin pretensiones. Sánchez Noriega es de la misma opinión. Sostiene que no se puede calificar la saga de subversiva. «No hay una vuelta de tuerca, aunque tampoco es cine reaccionario. Segura dibuja una caricatura y, en cuanto caricatura que es, la película no defiende los valores del personaje, pero no aprecio que al poner de relieve esos valores racistas y sexistas haya una crítica subrepticia o mensaje subversivo. Tendría que tener otro tipo de guiños», apunta el experto.
En esa misma línea se pronuncia García Fernández. "La tristeza y ruina moral de una sociedad vista desde la risa te invita a poner los pies en el suelo, a salir a la calle y ver la realidad. A nadie se le oculta que la sociedad machista, tramposa y casposa también vive en las urbanizaciones de lujo y consumen productos de alta gama». García recalca el carácter satírico de Torrente que, en su opinión, arremete contra la bajeza moral de políticos y empresarios y que da cuenta «de la maniobra de los totalitarismos que quieren aprovecharse de las debilidades sociales y económicas de los ciudadanos». Sin embargo, reconoce que «carece totalmente de pretensiones artísticas, cosa que lejos de negar su existencia puede ser una virtud pues no se trata de que la película que te haga llorar sea buena y la que te provoque risas sea una zafiedad".
Sánchez Noriega sostiene que la saga de Segura carece de ambición estética, aunque recuerda que la calidad de las películas no se corresponde al perfil del público al que van dirigidas. En este sentido, recuerda el cine popular de John Ford o las comedias italianas de los 70. "El problema de los adolescentes es que vean únicamente este tipo de cine.No creo que sea negativo ver este cine, pero nunca se construye a un nuevo espectador solo con este tipo de cine", comenta el experto preocupado con que el público español solo disfrute del "cine más popular y popularecho".
Por su lado, García Fernández entiende que Torrente no está hecho para adolescentes, sino para un público amplio. "Está pensado para ganar mucho dinero", apunta el catedrático que subraya que, aunque muchos critiquen lo absurdo y chabacano del producto, "se olvidan de que lo que busca una inmensa mayoría de los españoles es ir al cine a pasar el rato".
A pesar de su aplastante capacidad para el entretenimiento y el humor, Santiago Segura solo recibió el Goya al mejor director novel por Torrente, el brazo tonto de la ley, en 1998. Desde entonces, solo le ha caído otro premio, el Moco deluxe de los galardones Yoga, los anti-Goya, por el tráiler de Torrente 4.
Ha sido muy criticado por haber insuflado vida a un personaje tan zafio, racista, machista y, en general, execrable. Sin embargo, él siempre se ha defendido aludiendo al carácter esperpéntico de sus personajes, que vienen a levantar la alfombra de una España que esconde mucha caspa y monstruosidad. Incluso se escuda esgrimiendo la herencia neorrealista y berlanguiana de su obra.
DEGRADADO PERO RENTABLE
De lo que no hay duda es de su éxito de recaudación. Aunque tampoco satisface a todos. En esta corriente de opinión se enmarca José María Caparrós quien cree que "películas como Ocho apellidos vascos y Torrente salvan anualmente la taquilla del cine autóctono. Pero es lamentable, ética y artísticamente, que la endémica industria del cine español se recupere con este tipo de filmes".
Para Sánchez Noriega, en este sentido, el fenómeno es positivo. "Torrente hace industria. Contribuye a que los cines tengan público. Las películas que funcionan bien son positivas para el conjunto. Si las salas ganan dinero con estas películas, pueden apostar por otras no tan populares. Esa posibilidad de equilibrar la oferta cinematográfica siempre es bienvenida. Aunque las películas rentables no tengan interés o ambición artísticas, al final apoyan la proyección de obras de mayor calado o ambición estética que, por su naturaleza, se destinan a un público restringido".
Para García Fernández, lo importante es que la gente acuda a las salas y, para ello, el cine español tiene que plantear proyectos más comerciales como Ocho apellidos vascos o El Niño, o mejor aún, apuestas que aunen la calidad con la taquilla, como La isla mínima, que, por desgracia, no están en cartel "el tiempo suficiente como para que se pueda ver regularmente en todos los lugares de España".
En este sentido, García plantea con rotundidad dos premisas para garantizar la supervivencia de la industria: "no se puede hacer siempre cine de autor, porque ese cine hunde a cualquier industria cinematográfica. La segunda, que a esos directores-autores les importa muy poco que su película sea vista por más o menos espectadores, pues lo único que quieren es hacer supelícula".
Por todo lo expuesto, quizá Román Gubern tenga razón y la escasa calidad artística de Torrente le impida entrar en los libros de historia del cine pero, sin duda, su incidencia social, cultural y económica lo hacen merecedor de un capítulo aparte.
(Publicado en CANARIAS 7, Las Palmas de Gran Canaria, 8-X-2014, pp. 2-3)