El pasado viernes se
estrenó en toda España esta película oportunista, aprovechando el éxito de Ocho apellidos vascos (2014), una de las
más taquilleras del cine español
Ocho
apellidos catalanes (2015), realizada por el mismo equipo
técnico-artístico, viene a ser una secuela de la primera. Una comedia
disparatada, al estilo de las protagonizadas durante el franquismo por Tony
Leblanc, los Ozores o Paco Martínez Soria, que tiene muy poca gracia. Es más, el flojo
guión cae en la astracanada y no en la finura del maestro Berlanga -léase ¡Bienvenido Míster Marshall!, Calabuch, Plácido o El verdugo-, a
quien intenta imitar también en su tono coral.
El relato arranca con
una elipsis con respecto al anterior film y una escena obscena, seguida de otra
irreverente y el lenguaje más grosero, para centrarse enseguida en el actual proceso
independentista catalán. A tal fin, inspira su trama en Good Bye, Lenin! (2003), de Wolfgang Becker, donde un hijo hacía
creer a su madre que el Muro de Berlín no había caído y nada había cambiado en la Alemania Oriental.
Pero aquí hace creer a su abuela (Rosa Maria Sardà), señora del Empordà (Girona),
que Cataluña ya es independiente.
Pleno de tópicos, con
algún gag ingenioso -como el
protagonizado por el vasco Karra Elejalde, cuando es llevado a hombros por su
futuro yerno en la estación de Atocha, porque no quiere pisar tierra española antes de tomar el AVE para Barcelona-,
Emilio Martínez-Lázaro incide en la caricatura y no va al fondo del tema; se
queda en el divertimento más chusco y apenas consigue la hilaridad del
espectador en su actitud desmitificadora. Si el film -escribe el crítico de La Vanguardia, Lluís Bonet Mojica, que la califica con una sola
estrella: regular- “no se desmorona es gracias a los actores. Casi ninguno
pierde los papeles en tan frenética sucesión de clichés".
El previsible final romántico es un
tanto precipitado y casi surrealista. No obstante, por el bajo nivel intelectual
de buena parte del gran público autóctono, Ocho
apellidos catalanes puede constituir otro éxito popular como fue el primero
de la serie -¿habrá Ocho apellidos
gallegos?- o el mismo Torrente. Acaso estemos ante un triste fenómeno sociológico español.