Esta tarde, en la Filmoteca de Catalunya, concluye la nueva Mostra de Cinema Espiritual, dedicada este año al diálogo y la diversidad, organizada por el Departament d'Afers Religiosos de la Generalitat y dirigida por el profesor Peio Sánchez, responsable de Cine del Arzobispado de Barcelona. Adjunto el texto de la presentación de la última película del ciclo dedicado a Terrence Malick, que ha corrido a mi cargo.
The Thin Red Line es un
excelente film antibélico y pacifista, que se enfrenta ética y artísticamente
a Salvar al soldado Ryan. Acaso
menos magistral que la obra de Spielberg, pero tan cuidada a nivel estético
como ésta, La delgada línea roja posee
varios puntos en común con aquella. Primero, que la acción está centrada en la
Segunda Guerra Mundial y posee una clara intencionalidad antibelicista. En
segundo lugar, que el enemigo –allí, los alemanes; aquí, los japoneses– es tan
salvaje y padece tanto como los propios soldados estadounidenses. Y por
último, que obliga a la reflexión crítica del espectador, también impactado
por las bellas y crudas imágenes de Malick.
A Terrence Malick (Illinois, 1942) se le había perdido de
vista desde hacía dos décadas. Su anterior película, Días del cielo (1978), era una delicada obra de arte que valió el
Oscar de fotografía al desaparecido operador catalán Néstor Almendros. Tras
veinte años de silencio, este casi olvidado realizador ha demostrado que sigue
sabiendo hacer cine de veras. Si ayer impulsó con aquel film a unos
jovencísimos Richard Gere y Brooke Adams, ahora lanza a cuatro jóvenes actores
casi desconocidos –Jim Caviezel, Adrien Brody, Elias Koteas y Dash Mihok– y da
un nuevo impulso a otros cuatro: John Cusack, Woody Harrelson, Ben Chaplin y
George Clooney, junto a los más veteranos Nick Nolte, Sean Penn y John
Travolta.
Estamos, pues, ante otra ambiciosa
cinta hollywoodiense, producida por una de las grandes majors, la nueva Fox –con un presupuesto de 52 millones de dólares–,
que ha sido rodada en los exóticos escenarios naturales de las islas Salomon y
en el bosque ecuatorial de Queensland (Australia), prácticamente en el mismo
marco donde se batieron las tropas estadounidenses en Guadalcanal, desde el 7
de agosto de 1942 al 7 de febrero de 1943.
El relato, por tanto, se desarrolla
durante esa histórica batalla y está basado en una novela homónima de James
Jones (autor del clásico De aquí a la
eternidad), que ya había sido llevada al cine por el especialista Andrew
Marton (El ataque duró siete días,
1964), con Keir Dullea y Jack Warden como protagonistas. Si en aquel film de “hazañas
bélicas” la narración incidía en la relación entre un sargento y un soldado,
en éste se va mucho más allá: Malick ofrece una seria reflexión –cuasi
filosófica– sobre la condición humana, a través de las dramáticas desventuras
que padece la I División de Infantería Marina que combatió allí. Con todo, el
mismo año de la contienda, esa epopeya ya había sido trasladada a la pantalla
por Lewis Seller (Guadalcanal, 1943),
también producida por la antigua Fox y basado en el libro de Richard
Tregaskis, con Preston Foster, William Bendix y Anthony Quinn como principales
intérpretes.
Ciertamente, por medio de las duras
batallas que tiene que sufrir ese grupo de soldados, el realizador –con las
voces en off de algunos personajes y flashbacks aislados– brinda un discurso
antiheroico que pone en tela de juicio la acción bélica del Ejército
norteamericano. La fealdad de las matanzas –junto a las inútiles o absurdas
muertes– llega a descubrir la miseria del espíritu humano. Y el pánico de
ambos bandos –el horror de la guerra y el miedo atroz también se aprecian en
el rostro de los japoneses vencidos– le sirve a Terrence Malick para retratar
lo bueno y lo malo del hombre sin escatimar ningún ápice de verismo en las
imágenes. Unas imágenes perfectamente concebidas –resalta el trabajo del operador
John Toll (Oscar por Braveheart)–,
que transportan al público desde idílico paraíso de esos nativos puros
–polinesios– hasta el infierno creado por los humanos cultivados –occidentales
y orientales–. Un mundo dantesco, de sangre y fuego, donde el público contempla
consternado y hasta asqueado la terrible irracionalidad de la guerra.
En La delgada línea roja no hay ninguna concesión al sentimentalismo
ni a la propaganda política. Aquí –al contrario que ocurría con la comentada
cinta de Spielberg– no hay lucha de la democracia contra el fascismo, ni
héroes USA que se sacrifican por la Europa amenazada por los nazis; sino gente
que muere sin saber bien por qué, en una gran conflagración que han creado
las grandes potencias desde arriba y que –como en todos los conflictos
bélicos– pagan siempre los de abajo. Es importante, en este sentido, el personaje
del coronel de West Point (que recuerda a los jefes militares del magistral Senderos de gloria, de Kubrick), en su
afán de poder y de afirmarse a sí mismo. El título resulta un tanto ambiguo:
puede referirse a la delgada línea que separa la cordura de la locura (viejo
refrán del Medio Oeste), a una táctica militar británica –que no emplearon los marines
en Guadalcanal–, o acaso a la línea continua del paro del corazón en un
electrocardiograma.
Realizada con un estilo bastante
coral y enorme brillantez formal, Malick cae no obstante en el esteticismo;
pues el preciosismo de las imágenes resta claridad al mensaje que pretende –la
antítesis de Salvar al Soldado Ryan–,
dándole un tono de ambigüedad y pretenciosidad intelectual que le perjudica
sobremanera. Así, su discurso un tanto espiritual y panteísta, desesperanzado
y confuso (se evidencia la teoría del “buen salvaje” de Rousseau), resulta
mucho más próximo a Apocalypse Now, Platoon y La chaqueta metálica que a las tradicionales películas del
género bélico.
Espectáculo y realismo, muerte y
desolación, se unen en The Thin Red Line.
Sin duda, Terrence Malick –que cuenta con una espléndida partitura musical de
Hans Zimmer– ha estado inspirado como creador. Pero no acaba de convencer del
todo con este film “políticamente correcto”.
Asimismo, el historiador y
músico Francesc Sánchez Barba, en su libro La II Guerra Mundial y el cine (1979-2004), destaca su “fantástica banda
sonora cuya propuesta ejerce un auténtico papel de contrapunto y transición
entre diversas escenas, entre la pesadilla y el retorno a un paraíso
entrevisto”.
Pero, al final, La delgada línea roja no se llevó ningún Oscar, pese a las siete nominaciones obtenidas de la Academia de Hollywood; mientras Salvar al soldado Ryan ganó cinco estatuillas.
Pero, al final, La delgada línea roja no se llevó ningún Oscar, pese a las siete nominaciones obtenidas de la Academia de Hollywood; mientras Salvar al soldado Ryan ganó cinco estatuillas.