Estos días se ha
estrenado en España la última película de Woody Allen, cuando está a punto de
cumplir 80 años. La edad no perdona. Y aunque la gente mayor se repite -lo digo
por experiencia personal-, hacer una película anual posee muchos
inconvenientes.
En Irrational Man (2015) narra la historia de siempre: un famoso
profesor universitario, que está en crisis personal e intelectual debido a que
su mujer se ha ido con su mejor amigo, tiene un idilio con una alumna al tiempo
que mantiene relaciones con otra profesora de su edad. Está de vuelta como
filósofo -no deja títere con cabeza en sus clases sobre Kant y el existencialismo-, su
ánimo se levanta ante la insólita posibilidad de cometer un crimen perfecto.
Pero el azar -explotado recientemente en Match
Point (2005) y Cassandra’s Dream
(2007)- ofrecerá un imprevisto en su vida.
Woody Allen vuelve a
los temas habituales: la sátira a los intelectuales -retrata bastante bien cierto
mundo universitario estadounidense-, las relaciones entre un hombre maduro y
una jovencita, los dilemas morales, el sentido de culpa, las neurosis, la
infidelidad, las referencias literarias (Dostoievski, otra vez: Crimen y castigo) o el toque
autobiográfico -Allen fracasó en la Universidad-, por no seguir más. Todo ello,
con un hálito de cinismo que me ha recordado su antiguo libro Cómo acabar de una vez por todas con la
cultura (1971).
No obstante, en una
entrevista con motivo del estreno mundial de esta película, justificaría así su
voluntad de expresión, centrándose en la actitud del protagonista: “Él no siente ninguna
culpa de lo que ha hecho. Todo lo contrario, se siente muy entusiasmado, porque
cree que lo que ha hecho es algo positivo para la sociedad y que a la vez ha transformado
su vida. Yo creo que es importante creer en algo en tu vida, tener alguna clase
de objetivo. Para algunos será la religión y creerán que cuando mueran irán al
cielo si se portan bien y al infierno si se portan mal. Eso es totalmente
irracional y delirante y no tiene nada de racional, pero es en eso en lo que
creen, y obviamente, gracias a eso, llevan una vida mejor. Si no lo creyeran,
se sentirían devorados por la ansiedad, la inseguridad y la falta de
concentración, pero como creen que existe un Dios que se ocupará de ellos,
saben que tienen una misión en la vida. El problema del personaje de Joaquin
Phoenix es que no tiene objetivos y por eso todo se está desmoronando. Pero
pronto encuentra una misión y siente que está haciendo una contribución al
mundo, pero por supuesto toda esa elaboración es irracional. De todos modos soy
un convencido de que si crees en algo, tu vida mejora. Este personaje no sólo
no siente culpa, sino que actuar de ese modo se convierte en un auténtico ser
humano, por más que esté equivocado, ya que siente que ahora su vida sí tiene
sentido”. (Cfr. Gabriel Lerman, “Woody Allen: En el plató soy discreto y
aburrido” (Entrevista), en La Vanguardia,
25-IX-2015, p. 50).
Largo discurso del
cineasta neoyorquino, lleno de contradicciones en torno a la irracionalidad que
asimismo titula la película, pero donde muestra su postura y creencias o, posiblemente,
el estado anímico personal.
Con reminiscencias de
su magistral Delitos y faltas (1989),
Irrational Man está lejos de sus
mejores películas, pero su puesta en escena resulta dinámica y bastante
brillante, además perfectamente interpretada por el citado Joaquin Phoenix
-casi como álter ego- y la joven Emma Stone, en su papel de alumna infiel y deslumbrada,
voces en off incluidas.
Con todo, este nuevo
film capta el interés del espectador en su aspecto de thiller, aunque sabe un tanto a “dejà vu”, y no deja de ser
variaciones sobre un mismo tema. Una anécdota final: durante el rodaje en Rhode
Island, un desconocido arrojó una silla a la cabeza de Woody Allen, por razones
que hoy se ignoran. ¿Racional o irracional?
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